Sylvia Miranda Lévano – Un nuevo viaje para Altazor

Doctora en Literatura Hispanoamericana por la Universidad Complutense de Madrid hace ensayo sobre el libro de Sergio Macías “Cantos para Altazor” (2012)

Reproducimos aquí el ensayo escrito por la Doctora Sylvia Miranda Lévano con motivo del lanzamiendo del nuevo libro de Sergio Macías Brevis “Cantos para Altazor”, Ediciones Universitarias de Valparaíso de la PUCV, 2012. Patrocinado por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes del Gobierno de Chile.

Portada del libro “Cantos para Altazor” (2012)

Después de casi un siglo de publicado Altazor (1919) de Vicente Huidobro, otro poeta chileno, Sergio Macías Brevis, vuelve a cantar y contar la historia de este viaje al destino del poeta; pequeño Dios que, en las primeras décadas de la vanguardia literaria hispanoamericana, dejó de cantarle a la rosa para hacerla florecer en el poema.

En su Cantos para Altazor (2012), Sergio Macías construye un tejido, una trama de redes hechas de conexiones de luces. Un mundo delicado y brillante frente al espejo estrecho de la realidad. Su palabra es piedra preciosa y piedra lunar a la vez.

Este tejido nos habla de “avenidas de constelaciones”, de “pájaros sin cabezas, ni alas” que hacen “nidos en ramas de luceros” o de “cabelleras tejidas por la luna”. Un universo de espejismos, “escamas de atardeceres”, cópulas de estrellas; un lenguaje que se figura como “relámpagos” y “surtidores” en las “pupilas del cielo”. Este espacio creado por una imaginación sideral, cósmica, a pesar suyo, no deja de convocar este otro mundo en el que vivimos diariamente, esa otra red de comunicaciones reales e instantáneas.

Muchas de las cosas que los artistas de las vanguardistas históricas concebían como maravillas de la velocidad, del espacio, de la representación, son ahora posibles para el hombre común, aunque cada vez estén más desprovistas de “maravilla” y se tornen más utilitarias. Internet comenzó como un sueño y ahora es un útil insoslayable, un pequeño Aleph sobre la mesa de diario, en el que se unen verdad y ficción, belleza y equidad, viejos principios hermanos.

Digo que este hecho se da en el libro a pesar suyo, porque nada en estos nuevos cantos lleva a ello, sin embargo, los que leemos lo hacemos con todo nuestro presente, completamos la obra con nuestra vida. Y es esto, exactamente, lo que hace Sergio Macías con Altazor, lo reactualiza de una forma muy peculiar.

Sylvia Miranda Lévano

Sylvia Miranda Lévano, escritora
y Dra. en Literatura (Madrid, 2010).

Si Altazor, personaje y alter ego de Huidobro, nos habla de su propia experiencia, de la miseria del mundo y de su existencia en una realidad creada, muy superior, e innata en todo ser, Macías nos la cuenta sin apropiarse del modelo, más bien acompañándolo. Por eso sentimos que estos cantos son un nuevo viaje por lugares ya transitados, una renovación de la experiencia bajo otras luces. Sergio Macías, como trovador, como lazarillo, vuelve a referir la historia imposible de todo poeta, la necesidad y el conflicto entre realidad e imaginación, vida y arte, ser y estar, en el convencimiento de que “La palabra es el mundo de lo posible y lo absoluto”.

Una muestra de ello lo da el verso: “¡Ah! Si pudiéramos crear el cielo en el espíritu para una infinita armonía” que nos ha llevado inmediatamente a Dante, ese insigne poeta acompañado por otro insigne poeta, Virgilio, en otro viaje hacia el absoluto. El verso de Macías parece figurar una Beatriz incorpórea, deshumanizada, hecha cielo, armonía infinita, que colmara el espíritu que sería, entonces, el Paraíso. El lugar de lo posible y lo absoluto.

Aprecio mucho la paráfrasis del verso de Vallejo: “Yo nací un día / que Dios estuvo enfermo” (“Espergesia”), en paralelo al nacimiento del propio Altazor “el día de la muerte de Cristo”, para transformarlo en ese nuevo nacimiento de Altazor, bajo el signo de Vallejo: “Nació como Vallejo bajo un Dios enfermo”. Esta correspondencia poética es importante porque hermana dos poéticas distintas y necesarias, al tiempo que pone de manifiesto la otra cara del arte, su faz real, verdadera, comprometida, dolorosa. Por otro lado, con César Vallejo se abre en el libro otra línea de lectura que nos lleva al escenario de la guerra de España, los aludidos: Machado, Lorca, Hernández permanecen como estrellas frente a la guerra que los apagó. También está Neruda en la imagen honda de ese poeta que muere con los ojos abiertos mirando el mar. Todos son parte de ese gran tema de la memoria de nuestra propia historia literaria y humana.

Frente a estos hermanos mayores y sus dolores, es conmovedora la piedad que el poeta siente por Altazor, que indefectiblemente tendrá que dejar el universo celeste por la tierra:

“Iba a la tierra dándose cuenta que tendría que necesitar de sus defectos para / vivir como todos los humanos. / De las lágrimas, de las sonrisas, de los horarios, del dolor, de los recuerdos. / Sobre todo del amor y de los sueños para superar sus flaquezas. / Ni siquiera podía identificarse como un pequeño dios. / No era más que un pobre ser que se entusiasmaba con cualquier cosa para / no angustiarse. Un hombre equivocado, pero lleno de ternura.”

¿Cómo ser hombre cuando se sabe que se puede ser un pequeño Dios? o ¿cómo ser un pequeño Dios en la tierra? Tal vez ser “Un hombre equivocado, pero lleno de ternura”. Por encima de la miseria del mundo ha de permanecer la ternura, la infancia que dignifica al interior de cada ser.

Para concluir sólo quiero referirme a uno de los cuatro epígrafes que, a su modo, van dando pautas sobre los temas que mueven los cantos: el ser y su propensión astral, el viaje al interior de uno mismo, la inmortalidad. La cita de Rainer María Rilke dice:

“No puedo valorar, entera, mi obra, / aunque siento que ya está terminada. / Pero, apartada la mirada, / siempre de nuevo quiero construirla.”

Esta cita, que es la última, aparece como una declaración velada, en la que Sergio Macías nos confiesa el tiempo que le corresponde. Frente a su propia obra, que no es poca, está el modelo y los espíritus tutelares, un recuento de los principios y de su itinerario humano y estético. Vuelta la mirada, no es un azar que la cándida luz de Altazor sea la que “desoville el tiempo” para él y lo instale, como hace mucho, en la luz primera de su viaje. Todo a recomenzar.

Madrid, septiembre de 2012.

Reseña

Sylvia Miranda Lévano, Nació en Lima, Perú (1966).

Cursó estudios de su especialidad en las Universidades de Salamanca y Poitiers, donde obtuvo el título de Licenciada en Filología hispánica por la Universidad de Salamanca en 1996.

Sus investigaciones para su Tesis Doctoral titulada “El imaginario de Lima y la ciudad moderna en los poetas vanguardistas peruanos: Carlos Oquendo de Amat, César Moro y Emilio Adolfo Westphalen”, obtuvieron el “Premio Extraordinario de Tesis doctoral 2006/2007” de la Universidad Complutense de Madrid, donde se tituló como Doctora en Literatura Hispanoamericana.

Antes de sus logros académicos en las Universidades mencionadas, desde muy joven ya había desarrollado una intensa actividad literaria, con la publicación en 1990 del poemario “Como todos anduve en el invierno” (Lluvia Editores, Lima), con prólogo de su maestro el poeta Washington Delgado.

En 1994, publica su poemario Zita, por el que obtuvo el “Premio Tomás Luis de Vitoria”, Salamanca.

En 1997, publica su novela Memorias de Manú (BCRP) por la que obtuvo el “Premio Novela Corta del Banco Central de Reserva del Perú”.

En 2001, la Editorial Catriel de Madrid re-publica su poemario “Zita”, esta vez, con el título de “Zita y otros poemas”.

En 2004, publica “Poema del tigre y el amar”, plaquette que cuenta con un grabado al aguafuerte de Sylvain Mâlet, editado por el Centro de Arte Moderno, Madrid.

Diversas antologías de la poesía peruana así como numerosos artículos en revistas literarias sobre la poesía de vanguardia y el tema urbano han incluido poemas suyos. Para mencionar algunos, destacamos:
“Fuego abierto”, a cargo de Carmen Ollé, Editorial LOM, Santiago de Chile, 2008; “Antología en Homenaje a Elicura Chihuailaf”; “Adónde irán mis nuevos sueños” a cargo de Alfredo Pérez Alencart, en XII Encuentro de poetas iberoamericanos, Salamanca, 2009 y “Poetas peruanas de antología” a cargo de Ricardo González Vigil, Lima, Mascapaycha Editores, 2009.

En 2011, la editorial “Del Centro Editores” de Madrid, publicó su ensayo “Caminantes por una tierra baldía. T. S. Eliot y E. A. Westphalen”, que constituye una lectura transtextual de “Las ínsulas extrañas”.

A fines de 2011, la Editorial Catriel de Madrid publica “Las mañanas sagradas”, el que es su primer libro de relatos.

FRAGMENTOS DE “CANTOS PARA ALTAZOR”

Nació como Vallejo bajo un Dios enfermo.
Forjó un paracaídas celeste en la fragua de las estrellas,
con los rayos que se pierden en el averno de las sombras y naufragios.
Quiso ser Altazor, destino de un cometa por entre las grietas del cielo.
Como un anhelo en el vacío subiendo por las llamas del universo.
Y cayendo al abismo de los luceros con ojos de soledad mortal.
Dijo: La palabra es el mundo de lo posible y lo absoluto.

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Desde arriba vio parte de su sociedad agitada, hambrienta y con guerras.
A niños y ancianos dando comida a palomas que engordaban de inocencia.
A vagabundos y enfermos con color ceniza en sus rostros de pena.
A putas sobre lechos decorados de ángeles con erguidas vergas bordadas.
A tumbas con hojas de desdichados otoños que se deshacían en la muerte.
A creyentes predicando en el desierto y a los avaros atesorando falsedades.
A un mundo bullicioso y atormentado con relojes que medían felicidades.

1

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Ciervos de arcoíris pastaban en los valles milenarios con mugidos remotos.
Vida profunda y enigmática que sólo podía descubrirla con su paracaídas,
que funcionaba con motor de palabras y de imágenes incandescentes.
Toda la filosofía se le iba en los ángeles que se perdían en jardines azules.
En pájaros sin cabezas, ni alas, pero que hacían nidos en ramas de luceros.
Y que cantaban en silencio como ruiseñores a la eternidad del olvido.
Iluminado por las lámparas cruzó cabelleras tejidas por la luna.

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Iba a la tierra dándose cuenta que tendría que necesitar de sus defectos
para vivir como todos los humanos.
De las lágrimas, de las sonrisas, de los horarios, del dolor, de los recuerdos.
Sobre todo del amor y de los sueños para superar sus flaquezas.
Ni siquiera podía identificarse como un pequeño dios.
No era más que un pobre ser que se entusiasmaba con cualquier cosa
para no angustiarse. Un hombre equivocado, pero lleno de ternura.

2

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Comprendió que la caída del hombre era como su expulsión del infinito.
Recibía el castigo de vivir en el territorio de la mortalidad.
Adán y Eva lo pudieron superar por el amor. No existía otra posibilidad.
No quería estar condenado a la soledad.
Sin amor no podría escribir para dejar sus huellas de arcilla.
Debía amar todo como la pareja bíblica. Tratar de ser feliz
entre las flautas del aire y de la lluvia.

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Altazor no es más que un mortal. Su horizonte está un poco más allá de sus
zapatos gastados. De su cerebro a punto de estallar por nuevas ideas que le
amenazan noche y día. Necesita crear más allá de lo blanco y de lo negro.
Altazor no es nada sino inventa para conformar su vida incierta.
No tiene otra salida. Si muere, la página quedará vacía. Desea un lenguaje
que lo salve de la angustia. De la espesura donde se esconden las dudas,
dolores y desconsuelos, mientras sueña que navega en un mar de luz.

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Escultura con extractos seleccionados del poema “ALTAZOR”

“ALTAZOR”. Escultura de Joaquin Mirauda, inaugurada con el poeta Theodoro Elssaca, en la primavera de 2012, junto al Parque de las Esculturas, comuna de Providencia, en Santiago de Chile.

La obra en bronce, incluye extractos seleccionados del poema “ALTAZOR” de Vicente Huidobro, grabados en tres placas, incorporadas en las caras de la base de mármol, con el propósito de involucrar al paseante con la poesía del creacionista.