En el Quartier Latine de París, a mediados de los años `80, me encontraba leyendo mis poemas sobre el sur de Chile. Era septiembre y celebrábamos la independencia con vino navegado con naranjas, empanadas y canciones chilotas. En una de las mesas estaba Raúl Ruiz, cuya fama de cineasta genial me había retraído a saludarlo solamente con una venia de respeto. Al finalizar mi lectura, con varios poemas dedicados a Chiloé, en los que aparecían los mitos y leyendas del mágico archipiélago, y luego de un cálido aplauso, Raúl se puso de pié y me saludó con un abrazo fraterno que me hizo sentir muy acogido en ese lugar y de inmediato me preguntó ¿dónde se consigue tu libro?. Nos sentamos junto a unas copas de vino y se lo dediqué, con honor. Luego él lo hojeaba y me comentaba sobre el poema “Barquero”, dedicado al entrañable Francisco Coloane, nacido en Quemchi. Los poemas nos fueron envolviendo en una conversación atravesada por los cormoranes y la lluvia, el hechizo lento y sempiterno de las nereidas, el canto proverbial del chucao, los alerces milenarios, los cementerios indígenas y las loberías, el vuelo del albatros y esas ancestrales cocinas con el fogón en medio siempre encendido, en lugares como Huillinco, Cucao y Quellón.
Ruiz era un puertomontino de hondas raíces chilotas trasplantado en la Europa de la Guerra Fría. Su formación y principales amistades desde la juventud eran escritores, tal vez por ello su cinematografía está llena de poesía y de referencias líricas y literarias. Director de gustos omnívoros, consumía todo tipo de lecturas. Como cineasta literario realizó adaptaciones de Stevenson “La Isla del Tesoro”; Marcel Proust “El Tiempo Recobrado”; Federico Gana “Días de Campo”, entre otras.
De ahí que su libro más conocido lleva por título “Poética del Cine”, en el que desenfunda sus armas contra la llamada teoría del conflicto central del cine norteamericano. Se enfrentó contra el relato clásico del cine estadounidense, buscando desarmar la prosa tradicional de éste con su “estilo metafórico”. Hizo un aporte fundamental al cine al establecer una escritura barroca y laberíntica, inspirada en el siglo de oro español y cercana a Borges, que René Naranjo ha llamado “aquella mirada oblicua”. Raúl tenía una picardía que aún es comprendida en Chile solamente por sus amigos más cercanos y que atraviesa su filmografía como un cordón subterráneo y secreto.
Su último film, “La Noche de Enfrente”, está basado en los relatos del escritor chileno Hernán del Solar y cierra con perfección su vertiginosa carrera en un eterno retorno a sus raíces. Carrera que lo llevó a rodar 113 películas, llegando a realizar hasta tres largometrajes en un año, lo que le valió altos reconocimientos, como el número especial de la prestigiosa Cahiers du Cinema, de 1983, dedicado a Ruiz, así como antes fuera dedicado a cineastas de la envergadura de Fellini o Welles. El crítico Ascanio Cavallo estuvo con él esos días y nos contó que Raúl decía con sorna “ahora sí que he llegado al ‘Tout París‘, a ‘La Creme de la Creme‘ … que no son más de doscientas personas …”, porque Ruiz nunca le dio demasiada importancia a los laureles.
En 1997 recibió en Alemania, El Oso de Oro de Berlín y el mismo año se convirtió en el único cineasta que ha recibido el Premio Nacional de Arte. Su último gran film, “Misterios de Lisboa”, 2010, basado en el libro de Castelo Branco, fue premiado en Francia y en el Festival de San Sebastián.
Cuando se expuso mi obra fotográfica “El Sur del Mundo”, en 1985, en el Espacio Latinoamericano de Saint Paul de París, Raúl me visitó una mañana en la sala y me dijo: “hago cine como un pintor hace su cuadro o un poeta sus versos; filmo según lo que voy sintiendo, en el aire, en los lugares, en la expresión espontánea de los actores, sin un guión preconcebido y cerrado, sino en una lectura abierta al entorno”. Miró con detención mis fotografías de Chile y le parecían también, de alguna manera, un relato cinematográfico y poético. Después caminamos por el Boulevard Saint Michel y almorzamos junto a los Bouquinistes de la Seine, donde lo vi contemplar el río Sena con las nostalgias de su país, al que no podía retornar.
Ese mismo año, me invitó a un almuerzo en una casa de campo en las afueras de París, era el 25 de julio y yo iba con Amélie, mi novia pintora que a Raúl le agradaba porque también era bastante pictórico y conversaban largamente sobre los grandes maestros del color. Yo iba un poco triste porque era el día de mi cumpleaños y pensaba que nadie se acordaría. Al llegar había dos tortas y cantaron dos veces, ambos habíamos sido paridos un 25 de julio. Raúl lo había leído en la biografía de uno de mis libros y me tenía esa grata e inolvidable sorpresa. Para decirlo de otra forma, ese día tuvo un giro claramente “ruiziano”.
En septiembre yo estaba invitado a México por el Ministro de Cultura de ese país, donde esperaba conocer al escritor y fotógrafo Juan Rulfo y le llevaba una carta-propuesta de Raúl, que también lo admiraba. Era el fatídico día 19 de septiembre de 1985, cuando entré al aeropuerto Charles de Gaulle y anunciaron la suspensión de todos los vuelos a México, pues el más mortífero terremoto de su historia había demolido la zona central del país azteca. Me quedé en París y acompañé a Matta en su inauguración en el Pompidou, el día primero de octubre y esa misma noche a Raúl en su Avant Premiere del film “L’Éveillé du pont de l’Alma”. Hay una memorable fotografía en la que estamos juntos, con Pancho Reyes (actor), Pablo Felipe Poblete (pintor) y Daniel Sandoval (cineasta), en el foyer del cine, minutos antes de la función y que por pudor no publico.
Los últimos años nos juntamos en el Normandie, comiendo un conejo escabechado o en El Parrón, donde le gustaban las plateadas; sitios cercanos a su departamento de calle Huelén. En esos días recordó los momentos de rodaje con Marcelo Mastroiani, John Malkovich y Catherine Deneuve. La última vez que hablamos me contó cómo planeaba sus nuevos proyectos “Las Líneas de Wellington”, “El Niño que Enloqueció de Amor” … Raúl trabajaba a un ritmo frenético, entonces con su habitual humor me dijo “si es que sigo vivo”.
Theodoro Elssaca
Agosto de 2011
Raúl Ruiz y Valeria Sarmiento, su inspiradora
esposa, compañera y cineasta.
Este es el “Leopardo de Plata” que recibió
Raúl Ruiz por “Tres Tristes Tigres”,
en el Festival de Locarno, año 1969.
El escritorio personal de Raúl, donde disfrutaba
de su nutrida biblioteca literaria, fotografiado
por Theodoro Elssaca como un recuerdo
de las conversaciones que aquí sostuvieron
cuando el cineasta visitaba Chile.
El sillón rojo que Raúl encargó
hacer a su propio gusto.
El narrador Roberto Araya; el escritor y artista visual Theodoro Elssaca; Carlos Parra, ex embajador de Chile en Suecia; de espaldas, el poeta Gustavo “Grillo” Mujica; el productor de cine Darío Pulgar y Hernán Coloma, en la mesa histórica de Raúl Ruiz, en “El Parrón”, reunidos en su honor, recordando su obra y anécdotas de toda una vida, luego de una íntima ceremonia de despedida frente a su casa en calle Huelén, el día jueves 25 de agosto.