Prólogo de Andrés Gallardo – Academia Chilena de la Lengua
El recordado maestro peruano Alberto Escobar tituló uno de sus libros más lúcidos con un nombre casi novelesco: La partida Inconclusa (Santiago; Editorial Universitaria, 1970). Se trata de un breve, pero penetrante, estudio sobre el sentido de la obra de arte, específicamente sobre la obra literaria. La razón del título de este libro es en sí misma un tratado sobre el alcance de la creación poética, pues plantea que el trabajo literario, al cual se debe agregar el consiguiente trabajo del lector, es un juego una partida, que como tal tiene su primera razón de ser en sí mismo, pero a diferencia del juego propiamente dicho, esta partida está condenada a una forma de fracaso, es decir, a quedar sin un resultado final concreto: una partida inconclusa, donde no sólo no hay ganadores o perdedores, sino donde el juego mismo es un constante reinventarse. El texto literario es, además, incompleto, si se toma como mero texto, y sólo alcanza una forma de plenitud en el diálogo con el lector, diálogo que, a su vez, se está siempre reactualizando.
El trabajo literario de José Dedes se presenta como un juego, porque es fruto del asombro contagioso del autor ante el misterio interminable de cada ser, de cada hecho, que nos rodea. Cuando creemos que hemos entendido, o al menos que vamos a empezar a entender, ocurre algo que nos demuestra que no sólo no entendíamos, sino que incluso cuando notábamos que no entendíamos estábamos errados. ¡Vaya uno a entender! Ahí están las realidades cotidianas desafiando hasta nuestra capacidad de referirnos a ellas, pero para eso está el lenguaje.
Cada uno de los cuentos de estas atinadas «mentiras» de José Dedes es un juego inconcluso que nos deja tanto perplejos como con el regusto de querer seguir jugando, sin importar sí tenemos o no las reglas claras. Después de todo, no se trata de ajedrez, sino de mera literatura, palabra. Mire usted. Y cuidado, tampoco se trata de un simple aficionado a jugar que, de repente, se instala a urdir historias sorprendentes por el puro gusto de sorprender. Nada de eso. Estamos en presencia de un escritor que sabe lo que quiere y sabe de dónde viene. Una sostenida carrera avala su trabajo. Su primer libro de relatos, El traje de tres mangas (Santiago, Editorial Universitaria, 1983), ya muestra el camino que se ha trazado Dedes como escritor: narrar historias de seres humanos siempre sumidos en un mundo inabarcable, pero historias con principio y con final, aunque siempre el final sea impredecible o, al menos, diferente de lo que hubiéramos querido. En su segunda entrega narrativa, Bajo la piel (Concepción, Ediciones Sur, 1988 ) se insiste en la línea de lo incomprensible que subyace a la cotidianeidad, pero se escarba, como el título lo anuncia, en dimensiones más íntimas y asoma una actitud ética, lo que no quiere decir que se caiga en lo moralizante o panfletario. Esta línea de la búsqueda de orientación ética es más clara en los dos libros de poemas de nuestro autor: La última esperanza de la rosa (Santiago, Arancibia Hnos., 1985) Y De fantasmas y abandonos (Concepción, Editora Aníbal Pinto, 1992).
Las narraciones de La muerte y otras mentiras no son ciencia ficción o literatura fantástica (y menos aún «realismo fantástico»), pues de hecho cuentan historias cristalinamente verosímiles, pero son, eso sí, un desafío a todo nuestro sistema de percepciones culturales: lo que damos por sentado, por hecho objetivamente real, puede que no sea tan cierto como creemos. Eso es todo: un accidente que ocurrió, mirándolo bien, quizás no ocurrió propiamente tal; los que creemos amigos leales, y con quienes creemos poder contar para aventuras algo torvas, tal vez puedan depararnos alguna sorpresa; la irrealidad de la televisión, después de todo, puede ser aterradoramente real, o a lo mejor no, pero ahí están sus consecuencias; de pronto un ser tan inocente como una planta de interior puede comprometernos de un modo tan sórdido que jamás lo habríamos imaginado. En algún momento, las historias se inclinan decididamente hacia la tradición de la novela policial, pero, como estamos frente a unas «mentiras», tendremos que aceptar que las cosas resulten de modo diferente de aquello que incluso en la novela policial aprendimos a aceptar corno reglas del juego.
El asunto, en suma, es harto más simple de lo que, voluntariamente, he querido presentar como un juego de contrastes entre realidad y fantasía, entre mundo de aquí y mundos de quién sabe dónde: el asunto es que, una vez más, José Dedes nos invita a aceptar el juego de la literatura, esta partida que no termina. Dejemos, por un momento, las convenciones de todos los días, y aceptemos la invitación a acompañar a este autor en un camino donde la única realidad que vale es la realidad que emana de la lógica interna que se desarrolla al ritmo de vagas creaciones de un sueño plasmadas en la implacable, concreta y vital consecuencia de palabras llenas de vida. Este juego se llama literatura y no pretende dar lecciones de vida, no pretende convencernos de nada, no pretende negar nada. Es un mero juego y, como tal, no necesita de explicaciones ajenas: se basta a sí mismo, pero es necesario dos para jugarlo. El autor hizo el primer lance. Qué mejor. Nos toca a nosotros: leemos, de pronto nos inquietamos, de pronto sonreímos, de pronto nos molestamos con nosotros mismos o con el autor por sus pistas falsas. Es que este juego empieza y no se sabe cuándo termina, como la misma vida. Lo único que se nos solicita es buena voluntad para jugar sin hacer trampas, en la medida de lo posible.