Concepción Balmes Barrios, Galería Artespacio
Como un apoyo a la difusión de la obra de nuestros destacados pintores, presentamos aquí parte de la exposición de Concepción Balmes Barrios en Galería Artespacio, titulada “Estudios para un Ramo”. El Escritor y Artista Visual Theodoro Elssaca, Presidente Fundación IberoAmericana, fue especialmente invitado para apoyar la inauguración de esta muestra pictórica.
Este es el ensayo escrito por Edgardo Neira especialmente para esta exposición.
Las “biografías duras” tienen esa manía frontal que miente exactitudes, es de preferir entonces la tenue mirada de soslayo, la mirada en anamorfosis que, como el cuadro ese de Holbein, Los Embajadores, revela su misterio sólo en el espacio suspendido por la inexactitud de la mirada en diagonal. Anotemos entonces aquí algunos datos “débiles”, porque es en esos datos de intersticio en los que realmente se construye la vida vivida.
Concepción Balmes Barrios nació en Santiago de Chile, pero según un relato de familia fue concebida en la ciudad de Concepción, nombre que también llevó su abuela paterna, Conchita Parramón, modista eximia cuyas creaciones se nutrían de los vestuarios de Hollywood de los ’40, modas y drapeados que en la penumbra de los cines dibujaba su niño José, mismo José que por razones históricas hará reaparecer en sus propias banderas desgarradas, como esa izada al alba camino a Quilicura en 1994. Por otra parte Gracia, entre cuyos pliegues y delantales tendidos al viento aconteció la tautología de ese nuevo nombre; la Balmes de Concepción.
Su mirada al sesgo se originó y se entrenó desde la niñez cuando de reojo miraba la partida de sus padres cada mañana, una ida iluminada en diagonal por los otoños del Parque Forestal. En esa época había una muñeca sobre las baldosas de su balcón que creía que era a ella a quién observaba, pero no, era la mirada hacia la doble silueta de la pintura que aparecía en su vida, la que se iba por el césped para retornar al atardecer.
Años más tarde cuando tenía 16 años CB inició un largo desgarro, en Noviembre de 1973 hubo de irse de París, – son años que viví en la absoluta oscuridad – ha dicho. En Mayo de 1982, a bordo de un avión Iberia, aconteció el regreso; entonces volvió a recorrer Santiago en micro, revisándolo, reconociéndolo y comiendo maní tostado. Mientras por la ventana miraba el pueblo inmobiliario de las poblaciones grisalla de Chile, de soslayo miraba el vaivén del pueblo pasajero; una hilachita de lana roja asomaba de su manga. El azul de su pintura se escurrió vital, pero sobrevino un corte severo que, como todo corte, es a la vez un lugar de conexión, momento que en vez de suprimir vidas, se abrió al obsequio precioso del entender por sabiduría, espacio en que el tiempo a guadañazos de Kronos, dio paso al tiempo sin tiempo de Aión, y fue ese mismo azul que le hizo estallare en la serie “Renacer desde las Cenizas” (1996) es el azul rastro resucitador: Alma, “…la obra de arte vive como un trozo de cielo intensamente azul…” (Concepción Balmes 2000.)
En 1997 se le extravió el Tip-Top, ese cuchillo retráctil que se usa para rebanar el cartón corrugado de embalaje, -“un espacio con forma de laguna se arruga en mi tórax como ese cartón” , anota en esa oportunidad; es que debía enviar a Concepción una nueva producción: “Glaciares”, cuerpo de obra que nació del encuentro navegado entre témpanos por la región más austral del continente, el canal Beagle, allí mientras miraba las islas meditó un rato sobre una trinchera de esa guerra que felizmente no ocurrió.
“Pienso en mi glaciar, en como el blanco cae sin cesar, o sea sin caer, detenido en el aire.”
2010, en Isla Negra, su base de estío, pinta el mar entrando en los objetos, la intuición del cataclismo que venía, serie que expone en París como “Sueños del fin del mudo”; año en su África intensa.
En el 2011, luego de concluir “Estudios para un Ramo”, siente la vacuidad en el corte de un crisantemo blanco y rescata un lirio azul que luego pone en agua en recuerdo de esa Ofelia de Millet. Es ésta su producción pictórica más reciente, la de la errancia mayor, la más pura, la prosecución de aquella época del balcón colgante sobre el parque, lo inexacto del vértigo, pero momento cazado por el gesto certero, el del arquero estepario, del corte samurai, un resabio azul del flujo que espera aquello que está por suceder; y, al mismo tiempo, de perderse para siempre.
Edgardo Neira
Concepción, Agosto 2011