Ensayo sobre el libro “Lucas el Morisco” de Adriana Lassel

Una tragedia a revelar, por Angel Pizarro

Portada del libro Lucas el Morisco de Adriana Arriagada de Lassel

Hace ya algunas décadas me encontré en la plaza principal de Sofia, capital de Bulgaria, con una bella anciana que contestó mis preguntas, hechas en francés, por creerlo más accesible, en un castellano arcaico, que me llenó de extrañeza, por provenir de alguien, supuestamente, eslavo. Mayor sorpresa me causó aún, luego de escucharle decir que hablaba “el idioma de sus padres”. Me explicó, a continuación, para que saliera de dudas, que era sefardita, descendiente de los españoles, de confesión judía, expulsados de España por los Reyes Católicos… hace cuatrocientos años. Personas como ella se encuentran a menudo en campos y ciudades de las costas del Mediterráneo y de sus mares marginales, en Estambul, por ejemplo, donde, antes de la Segunda Guerra Mundial, editaban veintidós periódicos en esta lengua, porque esta lengua se había constituido en su territorio, en el portador de su identidad nacional primigenia. Sabemos de esta expulsión y de la de los jesuitas, entre los que se cuenta nuestro sabio compatriota, el Abate Juan Ignacio Molina y, también, de la historia de los mitimaes con que el imperio inca “civilizaba” los pueblos conquistados, para que introdujeran sus tecnologías y su obediencia.

Conocemos estos casos y otros, porque se tocó marginalmente el tema alguna vez, así, de pasada, en las clases de Historia, en escuelas y liceos. Conocemos hoy, en particular, la trágica odisea del pueblo palestino que, en pleno Siglo XXI, vive en las fronteras de su patria un destierro masivo, llenándonos de dolor y de vergüenza, víctima de un acuerdo de las Naciones Unidas, de la geopolítica y de la política colonial del Estado israelita, teocrático y sionista, que persiste en mantener la ocupación de su territorio y el usufructo de las mejores tierras y el uso monopólico de las escasas aguas, condenándolo con ello al más primitivo de los subdesarrollos.

Pero, ¿quién ha oído hablar en algún aula de la tragedia del pueblo hispano-árabe o hispano-musulmán expulsado de Al-Andalus o Andalucía actual, de Aragón y demás reinos españoles, desde la capitulación de Muley Boabdil, último rey de Granada, ante los Reyes Católicos, a fines del Siglo XV, que culminará con la conversión forzosa de la población hispano-musulmana al catolicismo o con su expulsión masiva a principios del Siglo XVII, después de inenarrables persecuciones realizadas por la Inquisición, llamada, eufemísticamente, Santo Oficio, y con su consiguiente radicación e implantación en Nor-Africa, especialmente en Argelia, Tunisia y Marruecos, donde sus descendientes reivindican hoy su cultura ancestral, su lengua y su literatura, apoyados desde el interior de España por los descendientes de los que se convirtieron sin abjurar de su fe y de sus creencias?

Sin embargo, como otros pueblos perseguidos por su religión, la diáspora hispano-musulmana ha revenido del fondo de los tiempos a “contar su historia y sus secretos”, a descifrar la críptica “aljamiada”, es decir, su poesía y sus crónicas castellanas, escritas en elegantes caracteres arábigos, “en la más estricta clandestinidad y guardada durante siglos en sótanos y áticos de aldeas y ciudades españolas o en las ropas de los emigrantes forzados hasta llegar a un lugar seguro que los albergara en su prolongado exilio.

En Europa, especialmente en España, y en Nor-Africa, particularmente en Argelia y Tunisia, que agrupan el mayor grupo de descendientes de moriscos, se han creado instituciones preocupadas de investigar “su historia y el devenir de su cultura”. Fuente para reescribir la Historia de los moriscos, con una óptica morisca, son los viejos papeles, utensilios y fragmentos de recuerdos de la tradición oral que se encuentran diseminados entre los choznos de los moriscos llegados a las costas de Marruecos, Argelia y Tunisia después de su expulsión de la España medieval, porque para iluminar la dramática experiencia secular de los moriscos antes de dejar su tierra están los Archivos y Museos de España, empezando por el de Simancas, que también encierra la historia y los suspiros de dieciséis millones de almas, porque los aborígenes tenían alma, sacrificados por los conquistadores de los imperios y reinos de nuestro Continente, compañeros de armas, pares de los capitanes que reconquistaban los reinos árabes de la península, evangelizando hasta secar los espíritus. En estos libros, informes, ensayos y novelas se encuentran respuestas parecidas de los perseguidos, de los naturales de nuestra tierra en nuestro caso y de lo moriscos, en el caso de España, “Uds. han matado a nuestros dioses. No nos pregunten nada. No sabemos nada. Somos hombres muertos” (La Historia de la conquista relatada por los vencidos).

Junto a los científicos, a los cientistas sociales, a los antropólogos de las Universidades han estado y están los escritores y la literatura que, aun “a su pesar”, debe dar cuenta de las alegrías y dolores, de las derrotas y de los epinicios de los pueblos, a través de sus personajes reales o de ficción, de las epopeyas y de sus elegías.

Entre estas obras y sus autores se encuentra nuestra compatriota, Adriana Arriagada de Lassel y sus libros, escritora, cervantista a cargo de la cátedra respectiva en la Universidad de Argel, de la ciudad donde reside desde hace largo tiempo, investigadora del Departamento de Estudios Moriscos, de la misma institución, precisamente, de la cátedra que ha emergido vigorosamente para dar cuenta de la cultura de este grupo humano de dentro y fuera de España, escindido en el Siglo XVII, con el Edicto de Felipe III, que culminó con el proceso de conversión forzosa o expulsión de más de 300.000 moriscos, iniciado en 1502 por Isabel de Castilla, haciendo caso omiso de las capitulaciones por ella suscrito con los vencidos, reitero.

Dos de sus novelas capitales se inscriben en este registro: “Lucas, el morisco. Historia de un manuscrito encontrado”, 2005, que presentamos recientemente en la Casa del Escritor, de la Sociedad de Escritores de Chile (SECh), luego de haber sido presentado en Europa en diversas ocasiones y, “Un parfum de vie”, sólo en versión francesa actualmente, presentado en el Café Literario, de Providencia, travesía terrestre y marítima durante los convulsionados días de los Siglos XVI y XVII el primero y, romance realista, el segundo, ambientado en las luchas pre y post independencia de Argelia en la década del 60, con materiales recién fundidos, con las esperanzas del amanecer y de las aspiraciones de los combatientes, luego, transformados en derrotados “de una causa invencible”, como telón de fondo, pero con el leimotiv del rescate de la aventura vital de la cultura morisca, en que se encuentran lejanos descendientes de los que padecieron juntos la aventura de vivir y morir en los dominios de España en el Siglo XVII.

Sadek Benameur, morisco argelino, como el investigador de la cultura morisca y, Dahmane el Andaluossi, o Damian Berrio, personaje virtual salido de la saga, ha sido creado y dialoga con con el autor de la investigación. Ambos protagonistas, Sadek y Lucas, constituyen rostros de dos momentos de la vida del universo histórico morisco, nombre con que se conoció a la población hispano-musulmana o mudéjar, que convivía en medio de la población hispano-católica y mozárabe, a contar del Edicto capitular de 1502 de Isabel de Castilla, que estatuía la conversión forzosa al catolicismo para permanecer en España o el destierro “sin portar ni oro, ni plata ni armas”. Partir con lo puesto.

Sadek Benameur, morisco argelino, como el investigador de la cultura morisca y, Dahmane el Andaluossi, o Damian Berrio, personaje virtual salido de la saga, ha sido creado y dialoga con con el autor de la investigación. Ambos protagonistas, Sadek y Lucas, constituyen rostros de dos momentos de la vida del universo histórico morisco, nombre con que se conoció a la población hispano-musulmana o mudéjar, que convivía en medio de la población hispano-católica y mozárabe, a contar del Edicto capitular de 1502 de Isabel de Castilla, que estatuía la conversión forzosa al catolicismo para permanecer en España o el destierro “sin portar ni oro, ni plata ni armas”. Partir con lo puesto.

Ambas tramas se relacionan por personajes ligados al protagonista de la saga medieval, que deja su testimonio para que hijo su Juan sepa, al leer esos papeles “en qué he empleado mi vida, cuáles fueron las guerras y trabajos que tuve e por qué raçon un día dejé mi tierra para venirme a estas Indias”, firmándolo en la Villa de Veracruz, en el año de nuestro Señor Jesucristo de mil seiscientos cuarenta y cinco”. Es decir, a los sesenta años “de su edad”, para usar la forma que empleó Neruda para fechar su Testamento, inserto en el “Canto General” Es decir, Lucas ha recorrido un largo camino en la península y en las Indias, insular caribeña y tierra firme continental.

El Manuscrito hizo un recorrido tan tragedioso como el de Lucas en su “azarandeada” vida, galopó en las alforjas de los buscadores de oro en los yacimientos de California y viajó a Chile en un baúl que trajo un navío con los sueños derrotados de los que se aventuraron en pos de la fortuna en California.

“Lucas, el morisco, o el destino de un manuscrito encontrado”, este es el manuscrito mismo, encontró un cauce para salir a la luz, para reencontrarse con el mundo real y contar la historia de su vida y de su pueblo, porque él es el escenario de la vida y pasión de la nación hispano-árabe en el Siglo XVI-XVII, en la España católica (época en que el Mediterráneo era el centro de un activo comercio y de la piratería desenfrenada para la captura de navíos cargados de mercaderías y de cristianos, candidatos a la esclavitud, en Argel o en Constantinopla, como don Miguel de Cervantes, que pasó cinco años en Argel con ese status).

La nación hispano-árabe, por denominarla de alguna manera, luego de ocho siglos de implantación en la península, subordinando a los habitantes que encontró al norte de Gibraltar y de Algeciras, los que, siendo católicos, convivieron en la sociedad musulmana, constituyendo el numeroso grupo de los mozárabes, era una nación vencida en el Siglo XVI, asediada en los campos, aldeas y ciudades, centros urbanos que ellos mismos habían contribuido a desarrollar y a ornamentar. El miedo, siempre presente, agobiaba a los “cristianos nuevos” o conversos recientes y, también, a los “cristianos viejos”, sujetos a la desconfianza de la Iglesia, que vigilaba sus movimientos con los ojos penetrantes de los Inquisidores y el brazo inflexible de la Inquisición, siempre dispuesta a incinerar a los infieles.

La tragedia es narrada por la autora con gran propiedad y riqueza lingüística, especialmente en lo que concierne al periodo de formación de Lucas y a su periplo hasta partir a América., periplo de apasionantes aventuras, de sufrimientos y de descubrimientos, relevados por el tono recatado con que se refiere la tragedia, sin solazarse en discursos ni en descripciones grandilocuentes, a pesar de no desdeñar referirse al dolor y a los desengaños.

Impacta al lector penetrar en el conocimiento de un mundo cultural, colectivo y familiar y público, sencillo y patriarcal, creíble y convincente, propio de la época, del que es posible encontrar algunos rasgos en las generaciones contemporáneas de inmigrantes, como se habla en “El viajero de la alfombra mágica”, de Walter Garib o en la crónica, tal vez inédita, de Américo Nazif, pintura del Líbano rural de sus abuelos, rasgos, afortunadamente, en algunos casos, en vías de extinción, por la irrupción de la modernidad a nivel planetario y comunal, pero pleno de reminiscencias y saudade.

Llama la atención, igualmente y, en forma muy especial, el uso de sonoros vocablos arábigos, parientes algunos de los que enriquecen y están en uso en nuestro vocabulario, vocablos que expresan sentimientos e instituciones de la sociedad árabe de su tiempo, datos aportados, sin duda, por las investigaciones realizadas sobre la cultura morisca, en las que la escritora participa, que diseñan el escenario en que se desenvuelve la vida de los actores de la tragedia.

Sin intenciones ni pretensiones pedagógicas o didácticas, va conformando un imaginario fresco y lleno de matices sobre la vida cotidiana y sobre las relaciones entre los diferentes segmentos de la sociedad, sobre sus valores y sus sueños, sobre su mundo social y laboral, sobre sus prácticas religiosas y sus viajes, sus negocios y transacciones, sobre la inteligencia, rayana en la solidaridad, que se establece entre la gente sencilla, al margen de la religión y de las ideologías políticas, cuando no ha sido encendida la pasión ni el fanatismo, sin traspasar los límites del buen gusto literario.

A través de la vida del protagonista, de la dualidad de su cultura, con raíces musulmanas y católicas, por su origen y el entorno familiar y público, se desarrolla fluida y coherentemente la novela, construida con elementos cotidianos, destacándose la omnipresencia de la la religión, que juega un papel preponderante y definitorio, ya que es musulmán por el linaje materno y asimilado a la religión católica por la línea paterna, se conoce y se “sabe” de los sentimientos y de las vicisitudes de los perseguidos por sus ideas religiosas, ideas religiosas que entrañaban ,también, una concepción de la organización de la sociedad, de la cultura y y del trabajo, así como el orgullo de su pertenencia a una nacionalidad, a un oficio y a sus actividades artesanales y artísticas.. Esta “educación sentimental”, políticamente contradictoria, desarrolla, más bien, una mirada comprensiva y conciliadora, que releva los valores de la cultura ancestral, con indisolubles lazos familiares y de sangre.

Lucas nace “En el año del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo de mil quinientos ochenta y cinco…” En consecuencia, es un morisco y escucha los llamados de los suyos, en la clandestinidad, a rehacer la unidad de los pares en la religión y la autonomía de sus instituciones, germen del levantamiento de Alpujarras, en el que ve comprometidos a familiares y amigos a los que acompaña, posteriormente, en el fatigoso y riesgoso “ensayo general del sufrimiento”, en la penosa ruta a los puertos en que los edicto reales estampaban, prolijamente, nombres completos de los expulsados y de sus familiares, con la fecha y puerto de salida hacia el exilio.

“Lucas no es el adalid de una causa y rehace su camino en dirección a los puertos del sur, de donde partían carabelas y galeones hacia las Indias con las esperanzas e ilusiones de los “desterrados del paraíso”. Los suyos se habían embarcado hacia la Berbería, hacia una tierra más amable para reconstruir sus vidas, una tierra que, efectivamente, se soñaba solidaria, donde echaron raíces y se encuentran hoy hablando, tal vez, el “idioma de sus padres” y leyendo en familia el “aljamiado”. Por lo menos, eso es lo que investiga nuestra compatriota y sus colegas y Sadek ,en “Un parfum de vie”. No llevaban fortuna, sino su cultura, su fe, su moral, sus destrezas o, ¿no era esta una fortuna, simplemente, no confiscable? Lucas otea otros horizontes. Sus sentimientos son de pertenencia a esta tierra y ella se extendía, en ese tiempo, más allá del océano. ¿Es Lucas, por definición, un emigrante o es el portavoz de una cultura? En la contratapa de la edición de AZACANES se lo define así: “el personaje es un emigrante de la época, que pertenece a dos culturas y dos religiones hasta que a los 25 años asume su hispanidad cristiana”. Pero, este es un delicado proceso, que, felizmente, no se describe, sino que surge e ilumina nuestra conciencia, como el resultado de su aventura vital y de las contingencias de la vida en una sociedad que se transforma a grandes golpes y, por ende, muestra, también, la transformación de una sociedad. En las Antillas, Lucas reconstruye su vida, sus ilusiones y sus esperanzas, funda su familia y prospera, hasta que nuevas catástrofes azotan la precaria vida del mundo colonial insular, donde se desarrolla un sangriento y aterrador conflicto sostenido por piratas y corsarios de otras potencias coloniales.´Se traslada, entonces, a tierra firme para un reencuentro con un familiar ya asentado en Veracruz. Es allí donde redacta su testimonio autobiográfico, ¿en alfabeto latino?, en que nos cuenta su “vida y su destino”. Queda para otros comentaristas referirse a la historia del manuscrito desde su cuna en Veracruz hasta su resurrección en Chile siglos después.

Ángel Pizarro.

Presentando a los escritores Walter Garib, Ángel Pizarro, Adriana Lassel y Theodoro Elssaca