Participación de Fundación IberoAmericana
En Punta del Este, Uruguay, se realizó la Décima Edición del Encuentro Internacional “Poetas y Narradores de las Dos Orillas” 2011. El país homenajeado en esta ocasión fue Chile. Dentro de esta celebración se entregó la Distinción “De las Dos Orillas 2011” en memoria de nuestro destacado Poeta Jorge Teillier Sandoval. El homenaje a Tellier fue un ensayo escrito por Reynaldo Lacámara, Presidente de la SECH, quién por motivos de fuerza mayor no pudo asistir a este Encuentro y le solicitó al Poeta Theodoro Elssaca, Presidente de Fundación IberoAmericana, que realizara este importante tributo a Teillier en representación de nuestro país, luego de leer el ensayo de Lacámara, Elssaca leyó su poema “El Sombrero del Tren” dedicado especialmente al poeta de Lautaro.
“El niño que vino desde el sur”
(La poesía de Jorge Teillier)
Reynaldo Lacámara, Poeta – Presidente Sech
“…algún día seremos leyenda… mientras tanto seamos felices”
(Jorge Teillier)
La ciudad de Lautaro, en el sur de Chile, está ubicada a más o menos 960 kilómetros de Santiago y a 30 km al norte de Temuco, capital de la región de La Araucanía. Fue fundada el 18 de febrero de 1881 por Manuel Recabarren, en pleno período de ocupación de La Araucanía por el Estado chileno. Hasta el día de hoy esa zona es conocida como “La Frontera”. Ahí nace el 24 de junio (Año nuevo mapuche y día de la muerte de Gardel) del año 1935 un niño al que llamaron Jorge Octavio. Hijo de Sara Sandoval, oriunda de Chillán (al sur de Chile) y Fernando Teillier descendiente de un francés llegado de Burdeos, una vez finalizada la 1ª Guerra Mundial.
Su padre llegaría, con el tiempo a ocupar el cargo de Regidor (algo así como un Concejal en la actualidad) de la zona, en representación del Partido Comunista de Chile, lo que después del Golpe Militar de 1973 le significó ser buscado “vivo o muerto” según testifican los diarios de la época. Logró, sin embargo salvar su vida y partir a un largo exilio en Suecia.
A otro francés, casi un siglo antes, tampoco le había ido muy bien en la zona. Se trataba de Oriele Antoine de Tounens, quien se había autoproclamado “Rey de la Araucanía” con el título de Oriele I, provocando una reacción político-militar sobredimensionada y digna de mejor causa por parte del Estado chileno. Dentro de ese proceso había sido fundada, entre otras, la ciudad de Lautaro, como prenda de seguridad y soberanía ante cualquier otro posible delirio monárquico de algún nuevo loco aventurero venido de ultramar o de donde fuese.
Así nació Lautaro, como un muro ante la locura…como un nudo de casa de madera, tejas, calles de tierra, molinos…y bares.
Lautaro en su propia intensidad se funde con el verde del paisaje y el intenso azul de su cielo, en una suerte de simbiosis que ubica a su gente frente al asombro como carta de identidad y al sosiego como destino. En ese espacio humano y geográfico de privilegio es donde, primero el niño y luego el joven Jorge Teillier irá nutriendo su mirada, su olfato y su silencio sobretodo para transformar todo aquello, por medio de la alquimia de la palabra hecha poesía, en un mundo reconocible y habitable por todos.
Es precisamente, ese registro poético tan propio y reconocible a lo largo de toda su obra el que lo proyectará mucho más allá de su amado Lautaro y lo ubicará como un preclaro referente de la poesía chilena y latinoamericana en el siglo XX.
Su propuesta ética y estética, brota antes que nada de una actitud ante la vida, el ser humano y el entorno, trabajada en el silencio, la nostalgia y la revelación interna del destino del poeta y su obra. Es lo que se ha dado en llamar, la Poesía Lárica. Esta Se funda y nutre, del tiempo y el hogar originario, integrando en una sola mirada y discurso el paisaje y la descripción de lo que lo rodea.
Es, en definitiva, la poesía del “lar”, poesía del fuego sagrado que nos espera al regreso de la travesía, pero que al mismo tiempo está presente en cada momento de la misma, como nostalgia y como destino. En ella, también, es posible un acercamiento o percepción del mismísimo Paraíso Perdido a partir de lo cotidiano como una experiencia de humanización y rescate de la memoria de la aldea o la provincia como espacio de sentido y anticipo para el ser humano en general. La “aldea” en Teillier es imagen del mundo y ella se experimenta y se expresa como un “dominio perdido”.
Su poesía, de un tono intimista, está marcada por esa sincera, pero desafectada tristeza. Esta última, en Teillier, no es un fin en sí misma, sino la constatación de una orfandad que precede a la obra y de la cual, el poeta no es sino un testigo. Esta tristeza precedente es asumida, más bien, como una “nostalgia de futuro” orientada a refrescar la mirada y la misión del poeta que no es otra, según palabras del mismo Teillier, que… “ser guardián del mito, mientras llegan tiempos mejores”.
Está claro para él, que entonces la única posibilidad de trascender lo cotidiano es a través del mito precisamente como instrumento de instalación de la poesía misma como algo más allá de lo estrictamente estético o lírico.
El poeta por lo mismo, como parte esencial de su tarea, debe sustituir la realidad por la memoria, ya que ésta es la única capaz de hacer el hoy respirable y habitable:.. “para mí la poesía es la lucha contra nuestro enemigo el tiempo, y un intento de integrarse a la muerte”, aclararía él mismo en algún momento de su vida. La evocación, tan propia de su propuesta poética, se convierte de este modo en un fuerte elemento de constitución épica de su obra.
Desde su primer libro publicado, “Para ángeles y gorriones”, la reconstrucción de espacios habitables y urgentes, es tarea entregada a la memoria, como soporte de lo imaginario en la instalación de lo perdido en la realidad cotidiana del lar. Desde ahí se nutre la fuerza tan propia y reconocible de la “imagen” como técnica altamente lograda en cada uno de sus poemas.
Recorrer la poesía de Jorge Teillier es iniciar un camino poblado de aromas a casas viejas, frutas, molinos, muchachas en la plaza del pueblo y ratones acompañando a los amantes desde el entretecho de una casa abandonada. La imagen, por supuesto, como en todo poema que no se agota en sí mismo, la completa el lector en un acto de cercanía y complicidad capaz de transformar el instante mismo del asombro en un acto de recuperación del oído, la mirada y las cosas.
Teillier se definía a sí mismo como “un viajero en medio de un bosque que no halla el camino a la casa de donde viene, pero donde nunca ha estado”.
Es precisamente, como ya hemos mencionado, esa “nostalgia de futuro” o la añoranza por el lugar donde nunca hemos estado la que posibilita su tránsito poético por las calles, ya no de su Lautaro natal y maderero, sino por las de una ciudad (como Santiago de Chile) que sabe ajena y lacerada por el dolor de sus habitantes. El “toque de queda”, impuesto por la dictadura militar, la ha convertido en una ciudad sin noche… Sus transeúntes caminan envueltos en la desconfianza. Nadie se atreve siquiera a responder dónde está el bar más cercano…
Su “isla” frente al naufragio, fue entonces, la Sociedad de Escritores de Chile, en especial “El Refugio López Velarde”…una suerte de Arcadia subterránea en la Casa del Escritor, en donde hasta el día de hoy (cual más, cual menos), podemos encontrar siempre encendido el fuego sagrado de la fraternidad.
Jorge fue protagonista y espectador en esa Arcadia. Ahí lo podíamos encontrar junto a Rolando Cárdenas, Enrique Lihn, Estela Díaz Varín y tantos más, que junto a una botella de vino, los abrazos y la poesía, simplemente pretendían mantener ese fuego encendido y convocante.
La poesía y la vida de Teillier se han convertido en uno de los referentes más transversales de la poesía chilena contemporánea. Es leído por generaciones dispares con una misma intensidad e interés. Este hecho no deja de sorprender día a día. Sobretodo al observar la presencia de Jorge en las nuevas generaciones, que al igual que nosotros en algún momento, se caracterizan por su iconoclastia y el permanente “asesinato del padre” como tarea y oficio.
Sin embargo, Jorge Teillier, los convoca con una vitalidad que talvez ni siquiera ellos mismos sabrían explicar. Puede ser que hoy también, las nuevas generaciones de poetas y lectores, necesiten de un bosque húmedo o de un poco de leña seca para entibiar las manos, mientras afuera llueve y… “el aire tiene olor a terneros mojados”, como escribió alguna vez el poeta.
Los últimos años de su vida los vivió, junto a su compañera, en un lugar rural cercano a Santiago llamado “El molino”. Ahí solía frecuentar cada día un bar conocido como “El Parrón”, algunos parroquianos todavía lo recuerdan y lo esperan.
En cierta oportunidad le preguntó un periodista si acaso le gustaría ganar el Premio Nobel. Teillier, o más bien el niño de Lautaro, le respondió diciendo: …” sí, me gustaría ganarlo…pero con la condición de que el rey de Suecia me lo venga a entregar a “El Parrón” y que venga con corona para que los niños del pueblo lo puedan ver”.
Su vida, hasta el final, estuvo marcada por su mirada de niño tímido, provinciano y silencioso, hasta aquel 22 de abril de 1996, en que por fin decidió caminar bosque adentro hasta el lugar preciso en que los arboles se transforman en abrazo.
“EL SOMBRERO DEL TREN”
(Dedicado a Jorge Teillier)
Un animal antiguo reptil de la paleohistoria
serpenteando los valles centrales de Chile
cruzamos desde sus interiores ferruginosos
desiertos silentes hasta las alturas del cóndor y sus hielos
viajando-viajante-viejetero
la vida y sus minutos que se escurren como espermios salvajes
piedra ululante en medio de la noche
vamos
vamos suspendidos en un largo silbato de lobo nostálgico
oscuros fogoneros alientan las lenguas rojas
en la espesa niebla grisácea
el humo de la locomotora y el de mi pipa son uno mismo
diviso Lautaro entre los durmientes cuando los poemas láricos
inundan en el aire las ventanas del coche comedor
aquella muchacha otoñal es la hermana muerta
la que apenas lo precedió – esperando al final del túnel
mientras los libros desteñidos en la lluvia
mezclan su canto con aromas de café y mistelas
somos nosotros los fantasmas del arcaico tren diluido
al paso de los bosques nativos del éter
óxidos de carros y utensilios
que desconocidas manos tocaron
… fuimos paridos en las calderas solares que mueven al mundo
relámpagos entre los rieles piernas largas del frío
nos quedamos entre los vagones para siempre
surcando en el tren a vapor olvidados ramales de la noche
transformándonos en los únicos habitantes del planeta
sobrevivientes asombrados de la poesía
latiendo en el vaivén inagotable del traka-traka – tuk-tuk
afuera ya no existe nadie
nadie avivará las tulipas
nadie más atravesará en la sordina
la luna espejando sobre los rieles de plata
entonces bebo de un sorbo en las uvas rojas
el movimiento agitado de las bielas
bajo la luz macilenta de las farolas
en cada estación
cuando me saluda
Teillier con su sombrero viejo.
©THEODORO ELSSACA 2001
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Como un agradecimiento a los Organizadores de la Décima Edición del Encuentro Internacional “Poetas y Narradores de las Dos Orillas” que se realizó en punta del este, Uruguay y en la que se entregó la distinción “De las Dos Orillas 2011” en memoria de Jorge Teillier Sandoval (Chile), nuestra Fundación les ha regalado una Edición Numerada de algunos Manuscritos de Teillier, llamada Morada Irreal y que ha sido publicada por Ediciones DIBAM y Editorial LOM en facsimilares muy atractivos y de gran formato.