Al incorporarse a nuestro Directorio de Fundación IberoAmericana, el médico-antropólogo y escritor Claudio Sepúlveda-Álvarez, nos ha hecho llegar esta apología de Gonzalo Rojas, -escrita hace quince años-, cuando ambos se re-encontrasen después de otros 20 años de ausencia. En su original, el texto se publicó en el libro primo de aquél, ‘Ambar: Contra el Olvido’, cuyo prólogo es del propio poeta Gonzalo Rojas, y cuyo título claramente influenciara.
GONZALO, Voz de entraña.
Claudio Sepúlveda Álvarez
Tarde de llovizna ligera en la sabana mesética de Bogotá. A casi tres mil metros de altura. Tranquila tarde en el barrio de Santa Ana, norte residencial de la ciudad, donde la línea arquitectónica ejemplifica la tradición cachaca. La casa misma, entre altos árboles como sólo la vegetación de la sábana puede tenerlos, es una ‘Schmidt’ -así comúnmente denominada, en recuerdo del arquitecto original-, y pertenece a la familia Pardo Rueda, abolengo y política estrechamente unidas por generaciones. Ministerios y Presidencias entreveradas en el decurso de la historia colombiana. Aún hoy. Allí vivo, residencia tercia o cuarta de periplo aún incompleto.
Preliminares de velada social. Comida de semi-etiqueta en honor del nuevo Embajador de Chile en Colombia, Aníbal Palma, antiguo Ministro del Gobierno de Salvador Allende, su personalidad permeando ya, a algo más de un mes de su arribo, el estilo y la fisonomía de la diplomacia chilena en el país. El grupo es reducido, amigos para acoger al representante de aquéllas “raíces que se quisieron arrancar, pero que probaron ser suficientemente fuertes”, como lo dirá él mismo, algo más tarde en la velada …que está en las etapas iniciales de consolidación, arrastradas, lentas, características de los encuentros entre desconocidos relativos.
El Embajador es nuevo.
– …Y, hasta último minuto, arreglando la llegada de Gonzalo Rojas…
La voz neta, precisa, del Embajador Palma, detallando lo que él considera sus minutos de retardo. Que no lo es en el protocolo del tiempo de Bogotá, que admite, comparativamente, variaciones rayanas en la relatividad cósmica, una, dos horas.
Y no todo es “trancón”, como se dice acá.
– Cómo? El poeta?, digo, atónito.
Desde hace dos o tres meses busco, por carta y voz, encontrar la dirección de Gonzalo, desaparecidos nuestros contactos desde hace, bueno, unos veinte años, su residencia venezolana, en las postrimerías de los años setenta, escenario de nuestro último abrazo. La búsqueda, en preparación a mi próxima visita a Chile.
– Si, nuestro Premio Nacional de Literatura, confirma Aníbal, contestando la pregunta fraternal de Domingo, Embajador de Uruguay, que completa el trío contertulio del momento..
– Viene a un encuentro de escritores organizado por Colcultura.
El golpe emocional es fuerte. Gonzalo es, para mí, mucho más que El Premio Nacional de Literatura, el poeta chileno vivo más importante del momento.
Es, …tantos roles! Y tantos recuerdos.
Gonzalo es, para empezar, el padre del amigo dilecto -Rodrigo-, de la adolescencia y los años formativos, personales y profesionales. Del Liceo ‘Enrique Molina’ y de la profesión médica, la nuestra, en la Universidad de Concepción. Entrevisto por última vez, Rodrigo, hace unos quince años en un viaje relámpago desde Amsterdam y el Royal Tropical Institute donde me hallaba a la sazón, sólo para encontrarlo, en Blelesfeld, Alemania. Un día y una noche, hitos de veinticinco y cinco años de ausencia.
Paternidad y poesía, Gonzalo y Rodrigo, entreverados desde siempre. “Crecimiento de Rodrigo Tomás”, es una página vívida en mi mente, cuarenta años después de verla por primera vez:
– “Soy el invitado que esperáis antes de haceros cenizas “, dicen poco más o menos los versos de Gonzalo. Verdaderamente, la única receta contra la muerte, título de su segundo volumen de poemas.
Es el profesor de Castellano, en el umbral de la iniciación a la Literatura, así, con mayúscula. Escritor él, preparando las audiencias del futuro. Porque toda narración necesita una audiencia, que la complete y le dé su significado propio, vital, cambiante.
Otra receta contra la muerte?.
– El sentido de cada lectura es especial, me lo dirá él mismo un día.
Hay una estética del lector como la hay del autor…
Es el intelectual visionario. Director de las Escuelas de Verano de aquella Universidad cuyo lema es “Por el Desarrollo Libre del Espíritu”, – el himno se viene a la memoria, las cadencias fuertes en el recuerdo, pilar ignorado de tanta fortaleza necesaria para sobrellevar el exilio. Visionario convocador de los Pauling, Marías, Merton, Niemayer, Carpentier, convocatoria al diálogo de las ciencias y las artes, co-creador del improbable Concepción de los años 1960, ambiente libérrimo en espíritu, fragua de mentes e innovación, crepitar deslumbrador de una década terminada en cataclismo en los albores de la siguiente. Lo acuso de inventar y manejar, -junto a otros, qué duda cabe-, la forja que produjo mi generación.
Los mejores han desaparecido en fuego y furia.
Enterrados.
Los sobrevivientes a la búsqueda, creación, de un testimonio.
Es el diplomático en China y en Cuba, al cual yo mismo sirviera de puente telefónico entre La Habana y Santiago, – apostado, como estaba yo, en Lima – en los meses fantasmagóricos del post-golpe militar chileno de 1973. Única manera de alcanzar a Rodrigo, quedado en Santiago, -como mis hijos, Claudio y Rodrigo, también éste- ,cuya salida esperábamos con ansiedad.
Es, también, el poeta. Mandragoriano primero, tiempos de la “Miseria del Hombre”, justa medida de lo que vendrá, anticipador. “En necesidad de cumbre, dejadlo,” como lo pintara Huidobro, respondiendo a la disidencia del joven Rojas. Voz distinta, en un país de voces insignes, imposibles de transformar en coro. A pesar de que él haya dicho lo contrario, refiriéndose a sí mismo. Aunque, en la cima, no hay espacio para coro alguno.
Gonzalo…
Las palabras pasajeras de Aníbal son un vendaval, insospechado por su portavoz de origen. Que hay que controlar en aras del invitado de honor y nuestros huéspedes todos. La velada transcurre en el entorno de figuras en escorzo, personalidades, conversación, el arte culinario de mi mujer, música transparente, -las sonatas para cello de Mendelssohn-, la imagen de Gonzalo fijada en mi mente cual indeleble pantalla de computador colgado.
Aníbal dará detalles de su llegada tan pronto como pueda.
Dos días después, lunes.
Dirección y teléfono. Aníbal, cumplidor, exacto.
Marco. La voz inconfundible, al otro extremo de la línea. Entera, vital, vibrante. Quien diría que sus ochenta años están por llegar? Y antes que el año cumpla su fin. Naturalmente, no reconoce la mía, inesperada, entre los cientos de voces que escucha en todas partes. La anticipación, crucial en el desciframiento de todo código. Tengo la ventaja, la entrego, el momento no se presta para juegos menores adivina-quien-soy.
– Soy yo, Claudio.
– Claudito ! Y vives aquí, con este pueblo ?
– Desde hace dos años. Cuando partes, Gonzalo ?
– Tan pronto como sea posible, hijo. Me han hospedado en San Rosendo. El desencanto, evidente en la voz de tonos graves.
– No es posible ! Te traigo a casa. Salgo a buscarte ahora mismo. Tomará alrededor de una hora. Hora de punta en el tráfico, ya sabes.
Cuelgo. Diez cosas que hacer en menos que esos minutos.
Postergar para mañana el boleto de avión vespertino a Ecuador donde se supone voy en misión, conseguir un auto porque no manejo en Bogotá, -uno de los retiros selectivos de esta etapa de mi vida, preparación del gran retiro?-, avisarle a mi esposa que tenemos visita, avisar a la Embajada que Gonzalo cambia de dirección para llevarlo a la cena que sé, se le ofrece esta noche…
El ‘Nuevo Hotel’. En el corazón de la ciudad colonial, hacia el sur, el barrio de la Candelaria. Llegamos allí en algo más de una hora. Gonzalo estará inquieto. Nuevo, el hotel? Cuando lo construyeron.
Lo conozco. Vetusto, por decir lo menos. Otros huéspedes de nuestra amistad estuvieron allí en tiempo reciente, su popularidad difícil de entender.
– El Maestro Rojas me espera…
La conserje me mira con incredulidad. Según ella no hay nadie con ese nombre.
– Pero, cómo… Hablé con él por teléfono! Estaba aquí!
Con el tiempo, he aprendido que los reencuentros no son nunca fáciles.
Todo se opone a su emergencia, como conjuro que guardase la puerta al final del camino, los obstáculos habitualmente inimaginables, pedestres. Veinte años que no se cierran porque alguien no tiene una lista de hotel … Finalmente, resulta que hay un listado especial, no alfabético, para los asistentes al encuentro literario.
Gonzalo sale del ascensor, su viejo jockey ferroviario, -corta visera en ristre- , coronando una calvicie ya declarada que sólo descubriré luego. La figura es una réplica de la portada de su “Antología del Aire”, publicada algunos años antes; tomada en México, por Rogelio de la Fuente, me dirá más tarde. Compañero y colega de mi padre, Rogelio, en Talcahuano, salobre ventana del centro-sur de Chile. Los ojos de miope bienvenida tras los anteojos de siempre, la sonrisa acogedora, dulce, multiplicando repliegues en la piel facial. La mirada emergiendo de los años de carbón, acero, e intelecto, síntesis del Concepción formativo. Y su Lebu natal. Maestro y discípulo, el abrazo nos confunde, estrecho, pero menos estrecho que la emoción.
Después de veinte años. En Venezuela.
En aquél entonces había yo venido desde Thailandia, a trabajar con el Instituto del Niño de Caracas. Un curso sobre la Adolescencia, como consultor del parisino Centro Internacional de la Infancia. Encuentro emotivo, las cicatrices del exilio multiforme aún sensibles al roce, menor o mayor. Y mayor lo era éste… Gonzalo e Hilda, su hijo Gonzalito. Y tantos otros, Duvauchelle, Jirón, Darricarrere, afincados en una Caracas distante, pero cercana, -al menos por comparación con mí Bangkok-del- último-extremo-, de ese Chile abandonado por la fuerza de bayonetas y ametralladoras. Y de la intolerancia.
Había más que dos individuos en este nuevo reencuentro.
Una visión y un relevo, separados por ciclones de tiempo y de circunstancia.
Una tarea que contribuir. Que reconstruir.
Llegamos a casa. Cálido encuentro con Doris, que Gonzalo no conoce. Hilda no está ya con él, partida por adelanto, inesperada, cataclísmica, desaparecida en la flor de su inteligencia y su femineidad, dejando su tributo testamentario a la voz del poeta, su compañero de una vida. Acompañándolo más allá de la muerte. Este reencuentro asimétrico, testimonio intangible de las comunicaciones que no fueron, que no pudieron ser, símbolo de la destrucción obrada por la dictadura. Efecto diferido, en el tiempo y en el espacio. Rara vez visible, tangible; inmanente, sin embargo.
Este primer contacto es breve. Partimos hacia la comida que le ofrece el Embajador Palma, donde las Musas se entreveran. Gonzalo y las artes literarias; la soprano chilena Verónica Villarroel, -que canta Trovador en el Teatro Colon de la ciudad, junto a la colombiana Martha Senn-, son los pilares de una velada donde arte y nacionalidades se entremezclan en abrazo fraterno, de zarzuela española; la voz de Verónica revoloteando las cumbres rojianas; no en vano viste de rojo.
Gonzalo será huésped de Doris hasta mi regreso de Quito. Conversaciones vespertinas para nivelar la información de los años intercalares: la estadía alemana, la estadía venezolana,…la estadía americana, liderada por Hilda, académica de literatura. La España arquetípica que le brindara el primero de los premios Reina Sofía, en la celebración del quinto centenario del asomar de Indo-América en Europa. El Chile del regreso. Su Premio nacional, en retardo, como siempre. La América que se avecina. Planes de futuro. El decurso del hijo amigo. Pronóstico inicial de las preocupaciones del mañana. Los versos de la generación más joven, los de mi hijo entre ellos. Repaso de los documentos del Concepción de Oro, entre ellos el programa, -bellamente impreso, en formato de historia- de su Escuela de verano de 1962, aquélla de las luminarias del firmamento intelectual de la época, ejemplar que he conservado y transportado, literalmente a través del mundo. De Concepción a Santiago, de Santiago a Paris, a Bangkok, a Ankara, a Bogotá. Treinta y cinco años de viaje.
La certidumbre de volvernos a ver pronto nos llena. De aunar el paso.
Este es el tronco del reencuentro. Nos veremos en Chile.
Que renazca el árbol!! (7.09.97)
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Torreón del Renegado. En Chillán-de-Chile ( 23.09.97)
Expresión que pertenece al poeta.
Caudal de torrente, voz de entraña, transparencia de hielo, crestas de espuma, en los faldeos cordilleranos, con luz de crepúsculo. El torrente se desliza, atronador, entre dos rivas de corto abrazo. Las lágrimas que corren, -dice la tradición-, son de aquél cura misionero, desfrocado, que llora la partida irremediable de su amada…
El Renegado, residencia en la tierra de Gonzalo Rojas, tiene saltos de potro joven; se diría los Saltos del Petrohué, río de esmeralda, sureño, hito verdeante de las impresiones adolescentes de aquél viaje, compartido con Rodrigo, su hijo, hace cuarenta años. Era nuestra gira de estudios. Teníamos quince años. Lo digo.
Sólo quince días han pasado desde nuestro encuentro en Bogotá, las certidumbres de futuro convertidas en realidad presente. La figura ágil nos adelanta – Doris me acompaña-, ora sube, ora baja, las empinadas escaleras de su Torreón del tiempo, detallando las peripecias de la adquisición en que Hilda fuera piedra angular, pétrea y sustentadora como las laderas que ahora recorremos al ritmo vespertino del poeta, en su danza de elfos. Los escalones de sus ochenta años desgranados como al tañer de un arpa.
Gonzalo a los ochenta, revive las fonéticas de sus ocho:
R E L A M P A G O !! El juego numinoso es suyo.
Y el encantamiento.
– No ha pasado casi nada…
Entre sus ocho y sus ochenta años, aclara.
Por una vez, no es posible estar de acuerdo.
Claro, la escala del tiempo influye el juicio.. Si se compara con el origen…
Pero el testigo sabe.
Y anota.
Anota el verde turquesa y el azul añil que permea su casa toda, mero anexo del Torreón, como dice él, hipérbole reductora, en esa Calle Roble, de Chillán-de-Chile, que huele y suena a Historia, de la magna, de la única, entre manzanos en flor, rugir de motores y vigilia de mol. (Mall, por cierto, no es acaso un chilenismo?)
– Era, dice el poeta, una mosca azul y verde…
Zumbadora de juventudes y pujanzas, aquellos ojos iridiscentes marcando comienzo y final de su horizonte colórico, arco iris de selección temprana, imperecedero. Lo marcó para siempre. Lo persigue aún hoy, atrapada para su siempre, entre el Renegado y el Roble, el espacio y la historia, tiñendo su ambiente todo de los colores de añoranza y ausencia de ese tiempo prístino y dorado. No le dedica su poesía de trascendencia y tiempo marcadas. Pero le consagra su espacio cotidiano, su entorno permanente, halo de color para la poesía del alma. La poesía como práctica de lo cotidiano.
Mosca, cabra, sardina…
Qué reduccionismo atávico hace al hombre latinoamericano reducir el primigenio descubrimiento de la otra, a insecto, animal, pez ?.
Amazona, sirena, náyade.
La imaginería del pasado clásico es de mayor evocación, encantamiento presto, ilusión. Pero la referencia sustancial es la misma, persistente, musa de poeta, inspiración de hombre, celebración de la vida, que en mujer se concibe y perpetúa.
El testigo anota.
Desde lo alto del balcón se extiende el laberinto de Roble del poeta. Anexo apenas del Renegado? Más, mucho más. Torreón verdadero, fortaleza que encierra tesoros rescatados de una vida extendida como patchwork a través del tiempo y el espacio. Pieza tras pieza, tren de la vida y de la imaginación, los módulos de baja techumbre, aturquesados, buscan el fin del patio, alejándose del Torrente, acercándose a la Historia, pasando por cocinas y recibos, salones musicales y comedores. Y por templos del recuerdo, cada uno con su tálamo de ensueño, en uno las fotografías de infancia; en otro la compañera recientemente perdida, -a destiempo, anticipada-; los invitados de futuro, sus hijos, en la siguiente; el testimonio de reyes y presidentes a su lira de bardo del siglo veinte, ocupando el cuarto central.
Anota el testigo:
Corazón librero central, en dos pisos, brillantes estanterías del azul de la mosca primigenia, metálicas, hechas para airear superficies y poner títulos y lomos a fácil alcance. Describir… Qué ? El lenguaje que tiene valor es el de los contenidos. Nos detenemos en Borges, obras, antologías y estudios críticos. También en China… el lecho arquetípico, negro azabache de intrincado diseño cual extendido bronce Shang, espejos empotrados en ambos respaldos, abiertos siempre a multiplicar la figura del yacente, de los amantes, en interminable serie erótica.
Huidobro, Neruda, Borges, de Rokha, la Mistral, flanquean la testera, árbol genealógico intelectual, sombreando el reposo del poeta.
Testigo y notas acceden a la atalaya de acero y metales, azul y turquesa entremezclados – como no – en los tirantes metálicos que aseguran el apoyo de la caja superior, elevada en un tercer piso, araña gigante cual acoplado de suministros de avión, palafito moderno, metal en el apoyo, cemento en la base. El nuevo, recién construido, dormitorio del castellano del torreón.
– Cambiar de dormitorio me cambia las ideas, dice el poeta, usando esa fantástica expresión francesa “se changer les idées”. De lo cual, todos somos, debemos ser, responsables.
Al frente, a ras de suelo, una gran piedra de perfiles irregulares
– Tiene la forma de mi alma , dice Gonzalo Me la trajo Hilda, sin yo saberlo… Nostalgia en al acento. La historia es bella, pero le pertenece.
El cuarto superior es pura luz. El techo, todos los techos, son de metal corrugado, para acoger, atraer, atrapar, atesorar el sonido de la lluvia de Chillán-de-Chile, que es la lluvia del Sur, de donde viene la mayoría de los versos de esta tierra sita entre cordillera y mar, entre ardiente arena y frigor de hielo. Este Torreón del Roble mira hacia aquél otro Torreón, el del Renegado, cincuenta kilómetros hacia la cordillera, iniciando sus faldeos…El circuito está así completo. La luz del atardecer se empaña, la temperatura refresca.
Del sistema estéreo surgen las voces de la tragedia y la apoteosis del Siglo.
El testigo oye en su oído notarial.
Oye y anota en la memoria del alma las voces que crearon el siglo que se agota: Gorki, Lenin, Mussolini, Hitler, en versión de la Radio italiana, cubriendo los originales de arengas de principios de siglo. Los viejos discos rememoran el mundo universal, recreados en Chillán-de-Chile, rescatados de alguna librería de viejo, en algún corredor del mundo por el poeta, para una audiencia que ha rodado la tierra entera para reencontrarlo en este rincón alejado que camina hacia un Sur de pingüinos y hielo, el rincón donde se acaba el mundo; en italiano.
La noche cae, lo ánimos se adormecen pletóricos de afecto, de tertulia, de recuerdos, de sentimientos que se transmiten y reflejan…
Mañana fría, tempranera, chillaneja. El poeta en su cocina, desayunando. Me uno a él en los primeros intercambios matinales. Suena el teléfono, insistente, estridente, pueril… Gonzalo se levanta y asciende las escaleras. El regreso me lo muestra contrariado, payador frustrado, un retrueque atorado en su verba de poeta.
– Qué hay, Gonzalo? Malas noticias?,
– Lo importuno me molesta, responde.
– La hora, el tema, el momento vital… Creerás? Una Universidad chilena que pregunta a las 7.30 de la mañana, por intermedio de secretaria anónima, si no quiero donar mi biblioteca. Le pondrían mi nombre a la Sala… Pero… si estoy bien vivo! Qué necesidad tengo de placas! Creerán que ya no trabajo? Mis libros son mis instrumentos…
Nos vamos al mercado de Chillán a pasar el mal rato. Lo recorremos, nos muestra la esquina donde estaba el restorán favorito de Neruda, los rincones donde compra los ajíes, los ingredientes de cocina, el pescado, las longanizas, la artesanía. Se compra una manta de tejer araucano -es para mi nieto dice, el de Gonzalito-, en colores modernos de mosca eterna, siempre viva… la magia restaurada, del encuentro y la emoción compartida. Que se quisiera permanente, ininterrumpida porque interrumpida durante muchos años. Recuperar el tiempo perdido…
Es necesario partir.
Llevo un encargo de Gonzalo. Su último libro, pruebas de imprenta corregidas, a ser entregadas a su editor en Santiago. Me siento depositario de riquezas infinitas. El bus parte del humilde terminal provinciano, provincia donde la poesía nace con naturalidad de flor silvestre y esplendor de tierra sin explotar, fértil, aromática, impóluta, deslumbrante… La llegada a la capital es un anticlímax.
Son las 23.00hrs. Estamos, finalmente en casa. Repiquetea el teléfono. La voz familiar continúa la conversación de estos día plácidos, fraternales, luminosos,
– Llegaron bien ?
– Los llamo para contarles que no bien partieron Uds., apenas segundos de meucar en el nuevo dormitorio, por ese teléfono que no funcionaba, recuerdan?, me llega un llamado de la Secretaría de la Presidencia Argentina.
No creo que se imaginen para qué …
– Claro que no, Gonzalo, cómo… Mientras, mi mente salta a preguntarse cómo hace la Presidencia argentina para encontrar a Gonzalo en su torreón residencial, de tierra chillaneja, agreste…
– Pues han creado un Premio Latinoamericano de literatura, no sólo de poesía. Se llama José Hernández. Será como el premio Cervantes español. Estaba Octavio Paz entre los nominados. Y varios otros, claro. Jorge Edwards en el jurado. Me lo han otorgado en su primera versión. Son 100.000 dólares.
Muchacho, la vida es bella…
El reencuentro ha sido como los reflejos múltiples del viejo tálamo chino, en repetición infinita, primigeniamente, reencuentros consigo mismo, reflejados en el otro, el otro como espejo de sí mismo, cuando planteado, plantado, en tiempo oportuno. Semilla noble que, tarde o temprano, fruto dará, cada etapa agregando al destello inicial. Preludio de lo que puede, debiera ser, el futuro que a ambos pueda aún restar.
El Hombre-Espejo.
Crearlo. La vida, crear tantos espejos como sea posible – alguna remembranza de Che – cuya muerte y próximo entierro se acercan. 8 de octubre. Que el poeta cantara en 1968, ejemplares sitos en esquina de la biblioteca – las imágenes autoalimentándose las unas en las otras – deformando tal vez, reiterando siempre, prolongando la vida, luchando. Le pido una copia.
Ahora descubro que tiene el número 1.
Contra la muerte; poema de Gonzalo Rojas.