y un relato dedicado a Enrique Volpe
Destacamos también sus dibujos y pinturas,
que acompañan sus narraciones.
DIALOGO CON ENRIQUE VOLPE
Enrique Germán Liñero – Agosto, 2007
Resueltos algunos asuntos que aún me preocupan, iré hasta tus escondrijos en los valles de Alhué y Cantillana. Espero encontrarte a la sombra de una patagua, bajo cuyas ramas dicen que a media noche danzan “candelillas” señalando tesoros enterrados. Tal vez me reconozcas desde lejos por el humo de mis cigarrillos, esos que irritan los inmaculados pulmones de nuestro amigo Garib.
Allí, bajo ese árbol de mala fama, seguiremos hablando del perverso y elegante Faramalla, o del distraído Mandinga, sin olvidar a los viejos pirquineros que viven y mueren en los altos de Cantillana, ni a bandidos jubilados que recuerdan sus bellaquerías a la lumbre de un candil, en noches de lluvia, mate y brasero. Hablarás con entusiasmo de la viejecilla de negro chamanto que cantaba “a lo humano y lo divino”, y además corría con su escoba a duendes negros, rojos y verdes por igual; también de ocultas sendas por donde transitan los pumas en la oscuridad, de fabulosos cofres repletos de antiguas monedas de oro, enterrados por asaltantes de coloniales encomenderos. Conversaremos sobre culebras míticas, del desprestigiado piguchén, confundido por nuestros cultos periodistas con el mexicano “chupacabras”. Quizás me informes acerca de esas hierbas medicinales que curan desde el empacho hasta la flojera amatoria. Conoceré entonces los conjuros maléficos, las secretas fórmulas de cómo aliñar un cerdo joven, y sobre la misteriosa preparación de una verdadera cazuela de charqui.
Por mi parte iré señalándote los sinuosos senderos por donde se llega a la Garganta del Huanaco, y huellas que terminan en los petroglifos de los cerros de Algorta, o en los dominios del Hombre de los Gansos, en la subida del imponente cerro Quilamuta, desde cuya cima salían volando los brujos de la región transformados en tue-tues, rumbo a la Cueva de Salamanca.
Furioso hablarás de mercaderes literarios, de escribidores exitosos aferrados desesperadamente al poder, de poetastros dedicados a escribir versos a la autoridad de turno, y contra impostores que se pavonean en círculos literarios, lanzamientos de libros y en cuanta ocasión se les presente para exhibir su pedantería. Pero conocen el arte de ganar premios y cargos importantes, desplazando a valiosos creadores, cuyos nombres y obras no tardan en sumirse en el más denso de los olvidos. Este silencio asesino condena al anonimato, por los siglos de los siglos, a obras que deberían conocer las futuras generaciones, sin duda alguna.
Sí, mi amigo, de silencio, envidia y olvido podrías hablarme durante horas…
Pronto ha de esconderse el sol en los cerros de la costa; se oirán los últimos trinos de los pájaros diurnos y las sombras se irán extendiendo por los estrechos valles de Alhué, Loica y Horcón de Piedra. A esa hora harás recuerdos de tu aldea natal en Italia y de sus antiguas leyendas de frailes y bandoleros, contadas por tu tía monja y ex combatiente de la Primera Guerra Mundial. Evocarás cuando siendo niño muy pequeño, te exhibían para navidad en el mejor escaparate de Vercelli, tendido sobre un pesebre, rodeado de animalitos de yeso y angelitos de papel. Alguna vez fuiste para la gente de ese pueblo el Niñito Dios. Seguramente con el pasar de los años sus opiniones fueron modificándose…
¿Recordarás también a esa difunta novia que solía penarte?
De oscurecida, seguro que charlaremos sobre los fraternales almuerzos de los viernes en el hoy desaparecido restorán Lancelot. Qué reuniones aquellas durante las cuales, poetas, prosistas, pintores y hasta cineastas, discutíamos sobre lo humano y lo divino en torno a la bien servida mesa que tú solías presidir. Recordaremos al barbado novelista Garib pidiendo a gritos aceite de oliva, o al escritor Luis Magaña (El Condecorao), exhibiendo una que otra medalla ganada por actos heroicos en la Guerra Civil Española; después ha ido agregando otras de metal cada vez más fino. Muchos talentosos creadores y grandes amigos se reunían en aquellos abundantes y muy conversados almuerzos, después de los cuales hubo quienes aseguraban que, rodeado de tus musas predilectas, escribías las más inspiradas páginas. Cierto o no, ese puede ser el inicio de otra leyenda acerca de tu singular personalidad de poeta, caminante y apasionado gustador de los placeres mundanos.
Y así se nos irá el tiempo charlando de libros, poetas y viejecillas cantoras de arpa y vihuela; de centenarios cementerios indígenas y de tambos incásicos. Largo hablaremos de los remotos villorrios dispersos en medio de la cordillera cercana al mar, que aún sustentan a ese país profundo, tan menospreciado por los ahora modernos y “globalizados” santiaguinos.
Ya de noche cerrada nos despediremos y cada cual tomará la ruta que le corresponde. Tú, guiado por las estrellas del norte, encontrarás el camino de regreso a Vercelli y a la Tierra Padana; y yo, seguiré buscando esas tranquilas y perfumadas callejuelas de la antigua Recoleta.
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“SOLUCIÓN FINAL”
Cuento de Enrique Germán Liñero.
De su libro “Desde la Ventana”
La últimas encuestas arrojaban cifras pavorosas. Ya la mitad de la población surcaba los sesenta años, y el sistema social no podía resistir. Estaban repletos de senescentes, hospitales, clínicas, casas de reposos, hospederías… Con sus pasitos cortos y vacilantes, los gerontes entorpecían el tránsito, se demoraban en subir y bajar de los buses; se instalaban horas en algún café sin apenas consumir, a contarse mentiras de su juventud, a charlar sobre sus padeceres físicos, a refunfuñar acerca de lo menguado de sus pensiones, del relajo de la sociedad y a contar fantasías amorosas. Después, por cualquier motivo se enojaban entre ellos y se desgranaban ofendidos hacía sus casas viajando casi gratis en el Metro, y suspirando: “¡Todo tiempo pasado fue mejor!” Las ancianas, por su parte, colmaban “talleres de crecimiento personal”, peluquerías: se quejaban de la flojera amatoria de sus estropeados maridos y suspiraban hojeando “revistas del corazón”. Los economistas estimaron que todo aquello era insostenible, pues el sistema era mantenido por un puñado de hombres y mujeres de mediana edad; el resto de la población lo formaban adolescentes y niños. El asunto debía resolverse con celeridad y así se hizo. Utilizando todos los medios de comunicación, se informó a los ciudadanos de la magnitud del problema y de su sabia solución. Las personas mayores de sesenta años serían evaluadas por una comisión compuesta por calificados especialistas en las más diversas manifestaciones del quehacer humano, garantizando con ello la justicia y metodología del procedimiento. En un local amplio. moderno, con decenas de computadores encendidos, en cuyas memorias se guardaban todas las señas de los ciudadanos, aire acondicionado y y música ambiental de bolero abarrocado, comenzó a trabajar la comisión. Las ciudadanas y ciudadanos citados ese día esperaban en sus mullidos asientos a que se llamara por los altavoces.
Pronto se escucharía una metálica vos femenina, diciendo : “Se ruega a la persona que tiene el número uno, pasar a la sala”.
Nervioso, y con una carpeta bajo el brazo, un señor de lentes enfrentó al jefe de la comisión, quien le hizo notar de inmediato: “Es Usted corto de vista, señor Gutiérrez”. El hombre dijo que sí, pero que veía muy bien con lentes.
-Bien -siguió el evaluador-, de acuerdo a su ficha, usted ya cumplió sesenta y tres años, sufre de presión bastante alta, de arritmia cardíaca y le duelen los hombros y la rodillas en invierno. ¿Qué me dice de eso, señor Gutiérrez?
-Es cierto, pero los remedios me mantienen muy activo.
-Aquí leo también que usted es poeta. Con ese oficio, ¿cómo puede usted comprar remedios, consultar médicos?
-Mis hijos son muy generosos -respondió el evaluado.
¡Ah… sus pobres hijos! -Qué carga es usted para ellos! ¿Trae alguno de sus poemas? -terminó en tono respetuoso el funcionario.
Gutiérrez, entregándole varias hojas primorosamente escritas, aclaró: -Son de mi libro inédito.
¿Y ha publicado alguno?
-Sí, hace treinta años -puntualizó Gutiérrez.
-¿Y cuántos vendió? -indagó el alto funcionario.
-Ninguno, señor, pero…
El examinador entregó las, hojas a un reposado caballero, doctor en letras, que estaba muy cerca de él.
Este, tras un veloz vistazo, las devolvió al funcionario, quien preguntó: -¿Qué opina?
-Mediocres, terriblemente mediocres. Carece de talento.
Impasible, el interrogador avisó al señor Gutiérrez que sería examinado por el eminente geriatra Alberti. Casi al instante se levantó de su asiento un joven alto y de sonrisa afable, el que ordenó:
-Señor, cierre los ojos y párese en un solo pie.
Gutiérrez obedeció sin titubear.
-¡No tiene equilibrio este caballero! -dictaminó el joven.
Y enseguida hizo una íntima y cruda pregunta al interrogado, quien se limitó a murmurar confundido.
-No recuerdo…
Los miembros de la comisión intercambiaron opiniones en voz baja. Luego, el presidente, en tono solemne, le anunciaba:
-Señor Gutiérrez. tengo, el privilegio de comunicarle que usted ha sido seleccionado para comenzar el viaje sin retorno. No tendrá usted la permanente amenaza de un cáncer, de un cruel Alzheimer, ni de la aplastante soledad. Sus hijos y nietos le recordarán pleno, vital, y la sociedad toda le estará agradecida. Ya no envejecerá más, señor Gutiérrez. ¡Qué envidiable!
-¿Y cuándo viajaré? -preguntó Gutiérrez con voz tranquila.
-En diez minutos más.
-¿Puedo confesarme?
-¿Para qué, señor? No sea antiguo. En nuestras computadoras está registrado hasta su más íntimo pecadillo. De modo que usted no se preocupe. Le aseguro que tendrá una travesía muy agradable… Nuestros funcionarios son expertos. En cuanto a sus enseres personales, incluyendo sus meritorios poemas, quedarán custodiados por estas bellas señoritas.
Ellas ya se acercaban sonrientes. Gutierrez escuchó los buenos augurios del “gran calificador”, en silencio y muy sereno, quizás hasta con ilusión.
Pronto, firmemente tomado del brazo por las robustas y atractivas jóvenes, el señor Gutierrez, con la frente erguida y una leve sonrisa, abandonaba la sala, mientras el examinador, alzando su mano derecha a modo de entusiasta despedida, le decía:
-¡Es usted un ciudadano ejemplar! Le aseguro que su viaje a lo ignoto, será una experiencia estremecedora…
Luego el poderoso funcionario, en tono mesuradamente alto, ordenó:
-¡Hay que apurarse, vamos muy lento! ¡Hagan pasar al siguiente!
Así, con el señor Gutiérrez, comenzaba la interminable procesión de ancianos y ancianas hacia lo profundamente desconocido. En pocos años el problema se había solucionado. Las aceras estaban despejadas, en los hospitales sobraban camas, en los buses la gente viajaba rápido y sentada. Ya no se oían historias de viejos. Todo se agilizó. Desaparecieron los jubilados y sus problemas, también las casas de reposo; muchos geriatras cambiaron de oficio, al igual que kinesiólogos, peluqueras y un buen número de adivinos. Pero, en las despobladas plazas, poco a poco fueron muriendo de hambre las palomas.
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FOTOGRAFÍAS DE ENRIQUE GERMÁN LIÑERO
Liñero en Pichilemu, a comienzos
de la década de los 60. Época que
inspiraría su primera novela
“Historias del Mandinga”.
El Escritor Enrique Germán Liñero
en los alrededores de Larmahue,
VI región – 1974
Liñero en su casa de La Reina,
sector de la pre-cordillera,
Santiago – Año 2007
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Dibujos de Enrique Germán Liñero, que fueron incluidos
como ilustraciones en su primer libro “Historias del Mandinga”
Página 64 del libro
Página 66 del libro
Página 72 del libro
Página 86 del libro
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Pinturas al acrílico realizadas por Enrique Germán Liñero
Pintura del pueblo de Larmahue, VI Región, lugar en que se inspiró El Mandinga. | Pintura de la Costa Central de Chile, donde Liñero pasó largas temporadas. |
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Actividades y Encuentros de Enrique Germán Liñero
Reconocimiento a Liñero en la SECH
- El Cuentista Roberto Rivera, el Novelista Walter Garib, la Poeta Vilma Orrego, el Escritor Enrique, German Liñero, Luisa Barba de Magaña, el Escritor, Javier Jarufe y el Poeta Theodoro Elssaca, reunidos en torno a los libros durante la tertulia del “Café de los Viernes” – Primavera del 2009
- El Escritor Javier Jarufe Mualim, el Escritor Enrique Germán Liñero, el Cineasta Germán Liñero (hijo del escritor) y Theodoro Elssaca, Presidente Fundación IberoAmericana, en una reunión de trabajo en la Fundación.
- Durante su ponencia en este homenaje, Javier Jarufe habla sobre la importante experiencia que ha significado en su vida como escritor, conocer a Enrique Germán Liñero.
- Fernando Quilodrán, presenta su ponencia para homenajear y reconocer a Enrique Germán Liñero y su destacada obra.
- Theodoro Elssaca pone en valor la obra de Enrique Germán Liñero y la gran importancia y trascendencia que tiene en su vida la cercanía con este destacado ecritor nacional.
- Fernando Mena (atrás), Santiago Cavieres Korn, Gloria González Melgarejo, Enrique Germán Liñero, Annamaría Barbera y Theodoro Elssaca, en un brindis durante la recepción ofrecida en esa inolvidable ocasión, en la que especialistas y amigos de Liñero presentaron ensayos críticos y lecturas sobre su obra literaria.
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Reunión de trabajo en Fundación IberoAmericana
- Enrique Germán Liñero, sentado junto al globo terraqueo de Fundación IberoAmericana antes de una reunión de trabajo.
- Los escritores Walter Garib, Javier Jarufe, Enrique Germán Liñero y Theodoro Elssaca iniciando su reunión de trabajo, Elssaca luce en sus manos un cuadro pintado por Liñero y que le regaló como muestra de su afecto.
- Enrique Germán Liñero, en la mesa de reuniones de Fundación IberoAmericana dedicando uno de sus libros a Theodoro Elssaca.
- Vista amplia del salón donde Liñero con especial afecto dedica otro de sus libros a Elssaca
- Dedicatoria de Liñero de su libro “Desde la Ventana” a Elssaca
- Dedicatoria de Liñero de su libro “Recoleta” a Elssaca
- Theodoro Elssaca da por terminada la reunión de trabajo e invita a sus amigos Walter Garib, Javier Jarufe y especialmente a Enrique Germán Liñero a una comida de celebración por este grato encuentro.
- Javier Jarufe, Enrique Germán Liñero y Theodoro Elssaca con el destacado Chef y también escritor Joel Solorza Fredes, actual Director de la nueva Carrera de Gastronomía de la UDLA. Instalados en la mesa de un restaurante de Providencia, cercano a la Fundación, luego de su cena de celebración por este encuentro de colegas y amigos.