Esta es la crítica de Hernán Poblete Varas para Philodendron.
Diario “La Tercera”, 20 de enero 1985.
“Aquí lo observarnos lúcidamente atento, contemplador en frío del delirante acontecimiento proceso, más bien que narra. Hay una precisión casi de laboratorio en su forma de describir la monstruosa historia del protagonista y del filodendro, nombre vegetal que aquí adquiere un doble sentido.
Cuando uno lee historias como ésta, suele evocar, aunque sea inconscientemente, los nombres de Kafka. Poe y otros maestros del horror y de lo absurdo. Podríamos decir que Tocigl Sega tiene de Poe la matemática frialdad en el análisis de los hechos, y de Kafka la virtud de crear situaciones monstruosas (hay que repetir la palabra). Pero hay algo más personal en la pesadilla horrenda que el narrador desencadena y que luego lo envuelve y domina, subyuga y parasita. Tal vez en el fondo de la creación pura esté el deseo de expulsar los demonios interiores encarnados en el narrador y el filodendro, y en la salvadora Antonia. Hace unos quince años, Roger Caillois recogió en su “Antología del cuento fantástico” un pavoroso y magistral relato de Hans Heinz Ewers; La araña. Hay algo en común en los actos devoradores del filodendro y de la araña. Más breve, más conciso, Boris Tocigl Sega sacude al lector violentamente.”
Esta es la crítica de Andrés Sabella para ”Guardia de Imaginaria” (1ª edición), publicada en el diario ”La Segunda”, 17 de junio de 1959
“Boris Tocigl S. es un hombre para quien la poesía no es menester de banalidad sino que obligación de sangre. Su libro Guardia de Imaginaria, sin otra brida que la de su propio entendimiento deja un gusto a médula humana herida y conmovida, un resplandor de huesos que blanquearán nuestra sien.
Leyendo estos versos se goza la sensación de un huracán de llanto humano, verídico y lúcido, les ha roto el cauce, dejándoles en la carrera de la sangre, que es la primera ley de la Creación”.
De las últimas páginas de este libro hemos extraído la “Crónica de literatura” de Hernán Díaz Arrieta, más conocido como “Alone”, sobre “La Torre de San Lorenzo” y ”Guardia de Imaginaria” (1ª edición), publicada en el diario ”El Mercurio”, 28 de mayo de 1959.
“La tierra es un pequeño globo que gira rápidamente, y donde todo, tarde o temprano, se descubre, se encuentra y se vuelve a encontrar.
En el año 1952, hallándonos en Nápoles, alojamos en casa de Gabriela Mistral, hicimos una excursión al sur de Italia.
Cuando regresamos al cruzar el jardín que precedía al Consulado de Chile, nos cruzamos en el camino con un muchacho alto que, en esos momentos, salía.
Durante el almuerzo, Gabriela aludió a él y dijo que había ocupado nuestro dormitorio. Le preguntamos, naturalmente, quién era. Repuso con gran seriedad:
-No lo sé.
-Pero…¿Cómo se llama?
-No le pregunté su nombre. Venía de Capri y no había encontrado hotel. Le dije: Abra esa puerta. Hay un pasadizo. Al fondo del pasadizo está la pieza de Alone, pero Alone anda perdido, así es que puede usted ocuparla.
Como le manifestáramos cierto asombro ante la amplitud de su hospitalidad sonrió con su buena sonrisa y nos dijo unos versos que, a su juicio, la justificaban plenamente.
Hace siete años de esto.
Y he aquí que, de pronto, en la dedicatoria de un libro, “Guardia de Imaginaria”, cae el misterio y nos encontramos al huésped desconocido, cantando, confesándose, lanzando al aire vivas exclamaciones.
Se llama Boris Tocigl Sega. Con razón Gabriela, cuando le preguntamos si era chileno, contestó vacilante que él decía que sí, pero que ella lo ponía en duda.
-No parece, murmuró.
Se sabe que, en general, la idea que la poetisa tenía de sus compatriotas era más bien pesimista. Su duda equivalía a un elogio.
¿Lo hubiera mantenido refiriéndose a los versos del joven Tocigl? ¿Lo habría alojado con tanta confianza después de leerlo?
¡Cuánta exaltación!. Se habla de las últimas generaciones como de “los jóvenes coléricos” y se las asocia a la rebeldía de elementos peligrosos. El joven autor de estas “guardias imaginarias” dista, seguramente, de ellos; pero asimismo está lejos de los que en Francia llaman “de tout repos”. Los muchachos conformistas, desprovistos de inquietud que a nadie inquietan.
El se tortura, clama, grita y no permite conciliar el sueño. Oigámosle:
“Mis anhelos – se abrazan a mis piernas de bronce – y bajo la sangre – y mis amores secos – dejan mi cama sucia – mis pelos lacios – y en las murallas – chorros cardenalicios de vinos dulces”.
Son ciertamente figuras de retórica, ¡pero de qué retórica! Las tempestades le parecen poco, su exaltación le pide ruina universal, catástrofes sin medida, estremecimientos.
“Quiero que todo se mueva – que todo se ahogue – que todo corra conmigo. Quiero que dancen las ruinas – que tiemblen las piedras – que se hundan los techos – que se mueran los retratos – y que se fundan – y escondan las lunas, – porque quiero quemar las rocas de los siglos – reventarlas – para ver liberadas de estos sótanos – las almas sarracenas – porque quiero rajar las tumbas – y ver los huesos brillosos – porque quiero partir los inflemos y desgarrar las carnes – porque quiero tirar del caballo muerto – hasta arrancar la columna – porque quiero hacer de vértebras – rosarios malditos…”
Son como las letanías del horror, como el antifonario de la angustia exasperada.
Uno se pregunta qué ocurre, qué padecimientos han podido asaltar a esta alma juvenil, cuyo paso por el ancho mundo parece que hubiera debido ser una fiesta, a quien la tierra habrá ocultado los aspectos sombríos que guarda para después, cuando venga la tarde y empiecen a subir las sombras.
¿Qué los pasa a los jóvenes” ¿Qué extraña suerte de impaciencia los agita?
Hemos citado trozos de la primera parte de la obra, titulada “La Torre de San Lorenzo”. La segunda, que da su nombre al volumen se denomina “Guardia de Imaginaria” y trae esta explicación: “Guardia Imaginario: Soldado, sin armas, cuya misión consiste en velar durante la noche”.
Bello título, sugerente vocación. El soldado sin armas vela mientras los demás están dormidos. Cabe suponerlo invadido por serenas reflexiones, contagiado de la paz que respiran suavemente los pechos aquietados, el reposo común: la noche es ahora de tregua:
Pero tampoco aquí encontraremos descanso. El soldado en vigilia clama también, desesperado, porque su caballo Osser ha muerto y anhela saber dónde van a pastar los caballos que mueren.
“Osser, – ¿Dónde pastan – los caballos muertos? – La luna – la tierra – se encienden tenues -. Buscaremos juntos: – fluorescencias de pasto – compás de marcha – rejas – garitas de puntas moriscas – caminos – acequias – barandas blancas gotas trebolares – ecos de cuadras – palos flotantes – ventanales enrejados – mástiles – árboles – cuencas de edificios…”.
Poco a poco y sin estímulo interno ni exterior visible, el tono va exaltándose como si dijéramos, en seco, sin resonancia mental ni sentimental, dentro de una especie de vacío que concluye por volverse impresionante, como los paisajes lunares desprovistos de atmósfera humana; es un cantar duro y áspero, un timbre violentísimo y ausente de esta “guardia imaginaria”, de este caballero que ha perdido su caballo y no se quiere resignar.
Para quien lo escucha, como si dijéramos, desde otra generación, atentamente, pero sin comprender, una sola conclusión se desprende, un sólo propósito resulta ostensible, seguido, que pudiera tomarse como el objeto recóndito de la obra: el deseo, sin duda respetable, de no decir lo que los lectores aguardaban oírle, la intención de salirse de la senda común, de mirar a otro lado, tomar otro camino, dejar sin contestaciones las preguntas que se hacen y responder a cosas diferentes, generalmente, insólitas. Es así como cambian, por lo demás, las literaturas. Los nuevos que aparecen no quieren tanto decir cosas nuevas, como decirlas de otro modo, empezando por dispersar las palabras y hacer una escrupulosa limpieza de terreno. Leído el breve libro del joven Tocigl Sega, involuntariamente se vuelve la imaginación hacia el huésped desconocido que Gabriela alojó unos días en su casa de Nápoles, sobre las colinas que miran al mar, sin calcular, probablemente, qué nudo de problemas, qué arca de alaridos, qué ramos de frenéticas exaltaciones introducía en esos momentos a su morada, capaces de turbar el más profundo sueño y que, tal vez, no alteraron el suyo, porque era de un poeta, de un soldado sin armas que hacía su “guardia imaginaria”, un poco delirante”.
En varias ocasiones este notable escritor, cuyo estilo de poesía era muy sui generis y especial, estuvo en nuestra Fundación, una de ellas fue durante una Tertulia que se hizo con ocasión de la primera visita a Chile del connotado poeta Justo Jorge Padrón. En aquella actividad Boris Tocigl participó muy activamente en la conversación con este poeta español de reconocida trayectoria.