Ensayos de Fernando Emmerich y Samuel Valenzuela
Leo con tristeza que, en su retiro en La Serena, Enrique Lafourcade está afrontando el olvido de sí mismo, afectado por el alzheimer.
Pero el olvido no se la podrá contra el recuerdo de Enrique Lafourcade, reflejado en su enorme obra literaria y periodística y en la memoria de sus amigos y colegas. Uno de los más notables escritores chilenos, eximio narrador, agudo cronista, generoso antologador, propulsor de una de las más importantes generaciones de nuestra Historia literaria, la del 50. Estilo Principesco, como le reconoció Alone, ingenio, talento, inmensa cultura. Ilustrado, hasta sus últimos momentos de lucidez. A su mujer le dedicó un libro postrero con esta cita de Goethe: “Para Rossana, poesía y verdad (Dichtung und Wahrheit)”.
He tenido la fortuna de ser su amigo desde cuándo, siendo yo un muchacho, en Quilpué, recibí una carta suya en la que me comunicaba que un relato mío formaba parte de la “Antología del nuevo cuento Chileno”, acta de fundación de la generación del 50, a lo que siguieron muchos años de trabajo en conjunto. El realismo mágico era para él una forma de vida. A veces se demoraba en llevarme su crónica semanal, porque había dado un rodeo para pasar a saludar a un jacarandá amigo que tenía por ahí.
Recuerdo cómo escribíamos a cuatro manos en “La Guerrilla literaria”, en la que le tomábamos el pelo a los escritores (algunos nos llamaban para darnos las gracias). Y Lafourcade me decía: “Qué raro es este país: nos divertimos de lo lindo escribiendo estas columnas, y por ello nos pagan más encima”.
Fernando Emmerich
La memoria viva
Era la memoria viva del país. A sus ojos avizores no escaparon ni troyanos. Reyes y plebeyos alabaron su pluma mordaz e iconoclasta. Moros y cristianos quisieron destruirlo por sus críticas mordaces, pero casi siempre ingeniosas y certeras.
Gracias y desgracias de nuestro país quedaron atrapadas con encanto en sus múltiples artículos, crónicas y libros que superan los 30 títulos. Genio y malgenio de nuestra idiosincrasia. Odiado y admirado (tal vez sean sinónimos o una redundancia). Hace más de 30 años, hablando de los vendedores que se toman Providencia, escribió: “Hay de muchas clases: falsos y verdaderos. Existe una vieja (cincuentona, gorda, sucia) que literalmente agrede con su mercancía (unas bolsas de malla). Son los mendigos – comerciantes. Venden algo inútil, casi siempre”.
He tomado prestado estas líneas publicadas en noviembre de 1980, aparecen en su libro “El escriba sentado” y reflejan su estilo, que grandes polémicas causó.
Era la memoria del país. Escribió de condumios y picadas, de chincheles y de turbios caferatas. Fue la voz resucitada de Gardel y el guardián de Huidobro, Lihn, Teillier, Arenas, Donoso, y de todos los prosélitos de la generación del 50. Fue el promotor de tertulias culturales, adalid de talleres literarios, guaripola de los intelectuales. Hoy ¡ay!, me entero de que este ingenio de las letras, Enrique Lafourcade, lucha contra el olvido, dura enfermedad que a todos nos acecha.
Su caso, eso sí, será muy diferente a otros. Porque, como ya está dicho, su memoria perdurará en todas las obras que escribió.
Samuel Valenzuela
Enrique Lafourcade : nació en Santiago de Chile el 14 de octubre de 1927. Escritor, crítico y periodista chileno, es una de las figuras representativas de la llamada generación del 50 en Chile, de la cual fue su creador, primero, y divulgador, después. Su novela Palomita Blanca (1971) ha alcanzado en Chile una venta que sobrepasa ya el millón de ejemplares, constituyéndose en el best seller absoluto de este país. Traducida a diversos idiomas, y con una versión cinematográfica dirigida por Raúl Ruiz.
Ha publicado dos demoledoras novelas de sátira política. La primera, “La Fiesta del Rey Acab” (1959), contra el régimen de Trujillo en Santo Domingo. La segunda, “El Gran Taimado” (1984), corrosiva y valiente sátira en contra del régimen de Pinochet. A raíz de la publicación de esta obra debió asilarse por un tiempo en Buenos Aires.
Lafourcade ha obtenido diversos premios literarios, destacando el Municipal de Novela (en dos oportunidades), el Gabriela Mistral, el María Luisa Bombal.
Sus novelas, “Mano Bendita” y “Cristianas Viejas y Limpias”, han sido finalistas del Premio Internacional de Novela Planeta en los años 1992 y 1997, respectivamente.