Juán Pablo Yáñez Barrios – Dedal de Oro Editora
Para mí es especialmente significativo decir algunas palabras en relación a lo que nos reúne aquí: el libro “Don Urbano”, dibujos inéditos de Juan Emar. Digo que es especialmente significativo, porque esta reunión me convoca tanto por ser nieto del autor como por la responsabilidad que me cabe en la edición del libro, ya que Dedal de Oro Editora -la editorial que lo publicó- es también de mi responsabilidad.
Es curioso cómo a veces se dan las cosas. Este primer libro de Dedal de Oro Editora aparece después de poco menos de nueve años desde que se publicó la primera revista Dedal de Oro, que algunos de ustedes conocen. Varios de ustedes han escrito en la revista, lo que agradezco. Dedal de Oro nació como una idea un poco loca que poco a poco fue abriéndose camino, fue definiéndose, fue creciendo, pero así como crecen los inocentes: simplemente dejándose dirigir por el viento que sopla en la espalda. La revista ya ha alcanzado una cierta solidez y un cierto prestigio, aunque sea sólo en ciertos sectores.
Sea como sea, la aventura de Dedal de Oro ha terminado en lo siguiente: de una revista que al principio era más un papelito que una revista, es decir, de una humilde revistita -que tuvo un feliz pero también esforzado crecimiento-, estamos pasando a una naciente editorial que hoy presenta aquí su primer libro.
En el noveno año de la revista, pues, a principios de este 2011, me dije: este es el año, ha llegado el momento. Se me ocurrió que era hora de dar un salto. Me encontraba con varias posibilidades de publicación, pero todas topaban con algo, con cualquier tipo de obstáculo que impedía ver el camino despejado. Tenía que decidirme, por ejemplo, entre algún libro de fotografía del Cajón del Maipo, o de tradición oral, o también de literatura propiamente tal, de prosa o poesía surgida de la imaginación de algunos talentos que esconden los cerros del Cajón del Maipo.
Sin embargo, viendo que la Fundación Juan Emar me daba vía libre para publicar unos dibujos inéditos de mi abuelo paterno y que eran de mi propiedad, y viendo que Cecilia Rubio, estudiosa del autor, estaba dispuesta a escribir el inicio de ese libro, presentando los dibujos, finalmente me decidí a comenzar las publicaciones de Dedal de Oro Editora con algo del Tata Pilo, como yo lo llamaba. Agradezco, entonces, a Cecilia Rubio, y agradezco a la Fundación Juan Emar –de la cual están aquí presentes Gonzalo Figueroa, Pablo Brodsky y Pía Figueroa-, que también juegan un rol importante en la publicación de Don Urbano.
Es, entonces, mi abuelo paterno el que abre las simbólicas puertas de Dedal de Oro Editora al ser un libro suyo el primero publicado. Pero esas simbólicas puertas de editorial, que abre Juan Emar, son, en el plano de la vida real -fíjense bien-, las puertas de la casa de mi otro abuelo, el materno -Eduardo Barrios, Premio Nacional de Literatura-, casa en la que yo vivo en el Cajón del Maipo y donde funciona la única oficina de Dedal de Oro Editora.
Es curioso, parece una confabulación de abuelos por la causa de la cultura, entendida la cultura como conocimiento, como arte, como amor por lo bello, lo creativo, lo lúdico, lo inspirado por y para el goce estético, sensual y espiritual; esa cultura que debería ser la médula de nuestra vida diaria y que, bien lo sabemos, está más o menos aplastada por la cultura del consumo superfluo.
Como dije, hay mucho que publicar, mucho material que merece ver la luz, y la iniciativa para ello, aunque el camino tenga piedras, ya se comenzó. No hay que ponerse metas. Si algo me ha enseñado lo hecho hasta hoy, sobre todo si se trabaja en el campo de la cultura bien entendida, es no ponerse metas. Siempre hay que dejarse guiar por el viento en la espalda, y avanzar así, dejándose llevar por el impulso, aunque eso no signifique, en ningún caso, ir con los ojos cerrados.
Por el contrario, hay que andar con los ojos muy abiertos, la única manera que tenemos de salvar lo bueno y auténtico que nos queda en un mundo casi consumido por lo superficial, por la cultura malformada -por ejemplo- del fútbol, por la cultura malformada del auto último modelo, por la cultura malformada de las zapatillas marca “no sé cuánto”; un mundo, en definitiva, casi consumido por lo banal. Nada en sí mismo es banal –ni el fútbol, ni los automóviles, ni las zapatillas son banales en sí mismos-, pero el ser humano sí es capaz de formar culturas banales en torno a ellos.
La misión de cada uno de nosotros es rescatar lo bueno que esté al alcance de nuestras manos, en nombre de un mundo más auténtico, un mundo más amoroso y realmente poderoso. Es lo mejor que podemos hacer.
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Imágenes de algunas páginas del libro
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En la sala Ercilla de la Biblioteca Nacional, el miércoles 10 de agosto de 2011, se realizó la presentación de este valioso libro. Durante esta ceremonia Juan Pablo Yáñez Barrios, director de Dedal de Oro Editora, hizo la donación a la Biblioteca Nacional de los dibujos originales que realizó Juan Emar (su abuelo materno) sobre su alter ego “Don Urbano”, cuyos reversos contienen borradores del texto de “Umbral”.
Estos dibujos inéditos de Juan Emar fueron recibidos por Ana Tironi Barrios, Directora de la Biblioteca Nacional.
Abajo reproducimos las palabras que Juan Pablo Yáñez Barrios dirigió a la audiencia en esa memorable ocasión.
Amigas y amigos, me alegra mucho, como responsable de la editorial que publicó el libro “Don Urbano, dibujos inéditos de Juan Emar”, poder dirigirme a ustedes en esta ocasión. Me alegra no sólo por estar ante ustedes, sino también porque en estas circunstancias me siento más cercano a mis abuelos, el paterno y el materno. Este primer libro de Dedal de Oro Editora –digo primero, pues hasta el momento, y desde hace nueve años, se había publicado solamente la revista Dedal de Oro-, este primer libro, digo, es de Juan Emar, Álvaro Yáñez, mi abuelo paterno. Y, además, nos encontramos en la Biblioteca Nacional, edificio que, desde mi infancia, me es familiar, ya que de niño solía visitar aquí a mi abuelo materno, Eduardo Barrios, cuando era Director de esta casa.
Quiero decir algunas palabras en relación a la revista Dedal de Oro. Quiero hacerlo, porque varios de ustedes, aquí presentes, han escrito en ella, o la han apoyado de diferentes formas, lo cual agradezco. Hay que hacer notar que gracias a apoyos como los que algunos de ustedes han hecho, se ha podido publicar, ahora, este primer libro, pues ustedes son parte de la evolución de revista Dedal de Oro a editorial Dedal de Oro.
Todo comenzó en el año 2002. La idea de hacer una revista rondaba mi cabeza, y, una tarde, llegó de visita a la casa en el Cajón del Maipo el bien estimado y muy querido Gastón Soublette. Aquella vez, ya cuando nos despedíamos, después de una entretenida velada en que Gastón tocó el piano y mi madre cantó con su guitarra, le comenté a Gastón: “Gastón, tengo ganas de hacer una revista”. Entonces él, en forma muy espontánea, sin que mediaran dos segundos, sin la menor duda, me respondió: “Yo te escribo”. Esas fueron sus palabras exactas: “Yo te escribo”. Resultó que sus palabras me animaron, realmente me dieron un impulso, me dieron una especie de confirmación a una idea que de pronto me parecía demasiado atrevida: crear una revista. Agradezco a Gastón muy sentidamente, y estos agradecimientos se extienden a cada uno de ustedes que ha participado en esta aventura.
No puedo nombrarlos a todos, pero, sin embargo, quiero agradecer públicamente a dos personas más, que forman parte de esa “ayudantía” a Dedal de Oro: una, muy humilde, que ha hecho mucho por la revista sin jamás intentar sobresalir: muchas gracias, amiga Vania Ríos. Y otra persona que, de diferentes modos, sólo guiado por su amor a la cultura bien entendida, significa un constante impulso: muchas gracias, amigo Martín Mellado.
Refiriéndome ahora específicamente al libro “Don Urbano”, mis agradecimientos van también para la Fundación Juan Emar, que me dio plena libertad para esta publicación, unos dibujos inéditos de mi abuelo paterno que eran de mi propiedad. También agradezco inmensamente a Cecilia Rubio –sentada aquí a mi lado-, docente de la Universidad de Concepción y erudita en el autor, quien escribió el prólogo, presentando los dibujos.
Debo decir que no es lo mío hablar frente a un público. No es lo mío, digo, pero a veces las circunstancias obligan, y algunas de esas veces obligan de una forma feliz. Feliz, porque para mí es una satisfacción entregar, hoy día, los originales de los dibujos del libro Don Urbano a la Biblioteca Nacional, para que queden a buen resguardo. Creo que instituciones como la Biblioteca Nacional deberían recibir constantemente el material de aquello que forma parte del Patrimonio de Chile. Este tipo de instituciones son las llamadas a velar por la conservación adecuada de objetos patrimoniales que requieren de este tipo de resguardo.
Amigo Pedro Pablo Zegers, amigos Tomás Harris, Claudio Aguilera, Daniela Schütte, todos lo que se ocupan y hacen funcionar esta Biblioteca: Como he dicho, para mí es una satisfacción dejar en vuestras manos estos dibujos. No me interpreten mal, pero de algún modo es como sacarse de encima una responsabilidad enorme. Son éstas las instituciones que deben resguardar algunos tesoros que pertenecen al país, y, en mi concepto, son estas instituciones, también, las que deben poner al alcance del público, al alcance de la gente, al alcance del pueblo, los originales que resguarda. En este mundo dominado por el mercado sin piedad y por el consumo ciego, la labor de espacios como la Biblioteca Nacional se torna no sólo más necesaria que nunca, sino también más salvadora que nunca. Salvadora del espíritu humano, digo.
Hacer público un valor, publicar un valor creado por un ser humano –por ejemplo, publicar unos dibujos en forma de libro-, es poner al alcance de los interesados un material que se reproduce desde un original, y dado ese paso, ese original debe quedar protegido, como valor perteneciente a la tierra que lo vio nacer.
Nosotros, como seres humanos, pasamos –la vida es un pasar-, pero los objetos –que no tienen conciencia de vida- perduran. Somos nosotros, los humanos, los que los hacemos vivir. Una obra de arte, un objeto de arte, un soporte de arte, existe no sólo porque su autor lo creó, sino también porque nosotros lo mantenemos vivo, lo mantenemos irradiando vida con nuestro interés, con nuestra investigación, con nuestra admiración, con nuestra entrega a lo bello, con nuestro goce, con nuestras emociones. Pasa así con cierta literatura, pasa así con ciertas artes plásticas, pasa así con cierta música, pasa así con cierta artesanía.
De este modo, el objeto sin conciencia, pero creado por un ser con conciencia, se transforma en un generador de vida, en un generador de sentimientos; se transforma en un impulso, en una interpretación del hecho de vivir; en resumen, el objeto se transforma en un registro de evolución. El ser humano, como especie, ha establecido, en todo el mundo y desde siempre, lugares donde que guarda sus valores. Guardar esos registros, entonces, es guardarse a sí mismo, es perpetuarse como especie, es dejar una constancia de evolución.
Para terminar, una impresión muy personal. Yo, de niño, conviví durante años con Juan Emar, en el sur, en medio del campo. Una vez -recuerdo que estábamos cerca del camino que conducía al río, bajo unos enormes eucaliptus movidos por el viento- le pregunté, de pronto, por Dios. Yo debo haber tenido unos doce años, y se me ocurrió preguntarle por Dios. Juan Emar me miró y me dijo: “Dios es un caballero que está sentado en una silla entre las nubes”.
Como niño, yo noté la ironía en sus palabras, pero una ironía que escondía una protesta, un reclamo. Con esa frase, “Dios es un caballero que está sentado en una silla entre las nubes”, él me estaba diciendo justamente lo que Dios no era. Para mí, Juan Emar estaba reclamando, en ese momento, por la banalización de Dios. Me atrevo a decir que Juan Emar vivió buscando a Dios, o buscando el significado de la vida, lo que es lo mismo. Sus expresiones de arte son una búsqueda, no son una obra concebida y terminada. Ese es el modo en que yo, muy personalmente, entiendo a Juan Emar.
Dentro de toda su obra, estos dibujitos que hoy quedan en la Biblioteca Nacional son la expresión de un intento más, por parte de una persona muy especial, de abrirse paso, aunque fuera un poquito, en el curioso y misterioso fenómeno que entraña el hecho de existir, o, quizás debiéramos decir, en el curioso y misterioso hecho que entraña el vivir teniendo conciencia de ese vivir.
Muchas gracias.