Prólogo de Juan Andrés Orrego Acuña
Abogado y Profesor Universitario
PRÓLOGO
Me honro en presentar al lector, el volumen del profesor don José Enrique Schröder Quiroga, en el que ha recogido sus reflexiones en tomo a la Educación en general y al quehacer de los educadores en particular, a lo largo de la Historia. Pocos en nuestro país, podrían tener la autoridad del profesor Schröder, para abordar con la propiedad que él lo hace, las claves esenciales que explican el trabajo de los educadores desde el mundo griego hasta la llamada “Edad Moderna”. En efecto, se funda esta autoridad del autor, en dos aspectos: el primero, poseer una sólida formación académica; e1 segundo, haber ejercido su profesión en las aulas, ininterrumpidamente, más de veinte años, y haber desempeñado a lo largo de su vida importantes cargos en el sistema educacional chileno.
En cuanto a su formación intelectual, resulta esencial considerar que el autor, es un discípulo directo de hombres de la talla de Osvaldo Lira Pérez, SS.CC., de Héctor Herrera Cajas y de Julio Retamal Faverau. Para cualquier lector medianamente culto, no sólo de Chile sino de cualquier otro país de Hispanoamérica, los nombres de estos tres académicos hacen evocar la imagen del Maestro por excelencia, aquél que infatigablemente, y asumiendo su labor como un apostolado, vierte su sabiduría en sus alumnos, para que de esta forma, si ello fuere posible, algún día, uno de éstos, lo supere, y con ello, continúe la secuencia de transmisión del conocimiento. José Enrique Schröder tuvo la fortuna de ser alumno de los tres maestros mencionados, en las aulas de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, heredera de la rica tradición del Instituto Pedagógico. Ellos insuflaron en el espíritu del profesor Schröder, como en el de tantos otros, aquél fuego sagrado, que nos mueve incansablemente a abrimos paso entre la ignorancia y la mediocridad, para que no se apague aquella antorcha que miles de años atrás, encendieron algunos hombres que construirían aquella portentosa Cultura que llamamos La Hélade, en la que se encuentran nuestras raíces más profundas.
Pero la autoridad del profesor Schröder, no sólo se funda en su formación universitaria. Al poco tiempo de egresar con su título de Profesor de Historia, asumió la conducción de la Dirección de Educación de la Comuna de Freire, en la Región de La Araucanía. Por esos años -mediados de los ochenta- conocí al autor, cuando yo trabajaba en la Universidad de la Frontera, en Temuco, y pude ser testigo de su labor incansable, que al cabo de poco tiempo de su llegada, comenzó a rendir frutos en la Comuna mencionada. En este acto de aceptar un desafío tan exigente como era dejar la capital y una carrera más cómoda por una tarea objetivamente mucho más difícil y de mayor sacrificio, vemos una primera manifestación de aquella línea de conducta que el profesor Schröder mantendrá hasta nuestros días, a saber: de nada sirve la pura especulación teórica acerca de los problemas que presenta la educación, sí ello no va de la mano con un trabajo que el educador realice en las propias aulas y, cuando sea necesario, en los escenarios más críticos, como por cierto ocurre, en el contexto de las escuelas desperdigadas en zonas predominantemente rurales de nuestro país. Al cabo de algunos años, y aunque el alcalde de Freire hiciere lo imposible por retenerlo, el profesor Schröder aceptará la propuesta de su antiguo maestro Héctor Herrera Cajas, cuando éste asume como Rector de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación. Entonces, el profesor Schröder se desempeñará como jefe de gabinete del Rector Herrera Cajas, regresando así a su alma mater. Más adelante, después de desempeñar cargos ejecutivos en empresas vinculadas al turismo y la hotelería -el autor es también administrador de empresas-, el profesor Schröder asumirá importantes responsabilidades educacionales y de planificación, primero en la comuna de Independencia y luego en la Corporación Educacional de Quinta Normal, en conjunto con tareas del Municipio de esa populosa Comuna de Santiago. De esta forma, los derroteros de su vida lo han llevado siempre a la primera línea del trabajo con profesores de Enseñanza Básica y Enseñanza Media y con los escolares.
El autor, ha cursado también un Programa de Diplomado en Alta Dirección Municipal, en la Universidad Adolfo Ibáñez, siendo de la primera promoción de egreso. Además ha realizado un Doctorado en Educación, impartido por la Universidad de Sevilla, presentando una novedosa tesis sobre comportamiento social de los alumnos y el perfil del mediador escolar, tema tan en boga hoy en día.
Paralelamente con sus actividades de gestión educacional y municipal y de perfeccionamiento académico, el autor, ha sido profesor de diferentes universidades y actualmente se desempeña como docente de post-grado en la Facultad de Humanidades de la Universidad del Desarrollo y en el presente, también, como Director de las carreras de Educación adscritas a la Facultad de Humanidades, Ciencias Jurídicas y Sociales, de la Universidad de Las Américas. Desde esta Corporación Universitaria, el autor es responsable en la actualidad de siete carreras y de un total de más de cuatro mil alumnos. En esta gestión, especial mención debe hacerse a su iniciativa en orden a crear una revista académica del área de la educación, que recoja los trabajos de los profesores e investigadores que se desempeñan en esta disciplina. La Revista, que lleva el nombre “Discipulus”, ha recibido merecidos elogios, por la calidad de los trabajos en ella publicados.
Con esta apretada y ciertamente incompleta exposición de la trayectoria académica y profesional del autor, creemos sin embargo haber demostrado nuestro acierto inicial, en cuanto a que las reflexiones que recoge este volumen, emanan de un protagonista y testigo presencial del quehacer educacional chileno.
La obra que prologamos, se articula en tres grandes períodos de la Historia. Aborda primero el autor el mundo clásico, sumergiéndose a fondo en la cultura griega y romana. Comoquiera que ahí se encuentran nuestras raíces más profundas e irrenunciables, un trabajo de esta índole necesariamente debía tener como punto de partida la Cultura Clásica. Es que nadie podría discutir, que el paradigma de los pedagogos griegos, sigue siendo el modelo al que aspira todo profesor. Es en este momento de la Historia del hombre, en que se propone, de una vez y para siempre, la esencial relación que debe existir entre un maestro, y quienes se alimentan de sus conocimientos, y que por eso mismo, se llaman “alumnos”. De nada serviría acopiar el conocimiento por toda una vida, si dicho acervo no se trasmitiera a los discípulos, llamados a continuar acrecentado el saber. Estos afanes pedagógicos exigen, por cierto, realizar un trabajo muchas veces titánico, pues los seres humanos, puestos en la disyuntiva de escoger entre la molicie y el sacrifico que implica largas horas de estudio, tienden ominosa y naturalmente a lo primero. En cada acto educativo, entonces, el profesor despliega un combate contra la ignorancia y la barbarie, que en nuestros días, lamentablemente suelen recuperar terreno en las mentes de los niños y de los jóvenes. Mal que nos pese, no sólo descendemos de un ángel caído, sino de un homínido que para sobrevivir en los albores de la Humanidad, debió desarrollar su instinto para la agresión en términos tan potentes, que se encuentra hasta nuestros días profundamente alojado en nuestra herencia genética. Descendemos, en efecto, del protagonista de un verdadero genocidio, como fue aquél en que nuestro antepasado, el hombre de Cromagnón, aniquiló, mientras avanzaba desde el corazón de Africa hacia Europa, al más fuerte pero menos inteligente hombre de Neardenthal. En el inconsciente colectivo de todos los seres humanos, yace aquel instinto que Jung llamaba “wotanismo”, en alusión al dios Wotán, y que en determinadas circunstancias, emerge a la superficie y arrasa con diques y esclusas que pacientemente levantan los educadores. Esto lo sabían los maestros griegos, pero no cejaron en su trabajo por hacer retroceder la oscuridad aunque tuvieran que recomenzarlo una y otra vez. La naturaleza humana, sigue siendo la misma en nuestros días.
Es suficiente un pequeño estímulo, para que el salvajismo más cruento eche por tierra años de aprendizaje. ¿No eran acaso intelectuales, discípulos de Jean Paul Sartre, quienes crearon el infierno de Camboya? Pero la constatación de lo expuesto, no permite claudicar en esta brega. Los profesores, en la primera línea, deben sostener este combate, aunque las más de las veces, tengan la sensación de arar en el mar. Aunque haya que beber una y mil veces la amarga cicuta, es necesario proseguir adelante.
Aborda después el autor, el mundo de la cultura romana. Es en él, y gracias al sentido práctico de la vida que tenían los romanos, donde se asientan las estructuras educacionales que han pervivido hasta nuestros días, como son las escuelas, las bibliotecas y los museos. Conscientes los romanos que el genio griego era superior, tuvieron la grandeza de apropiárselo y con ello, aseguraron su transmisión hasta nuestros días. Para quien escribe este prólogo, y dada su condición de abogado, Roma es objeto de admiración y gratitud. Hay que admirarse, en efecto, de un pueblo que fue capaz de crear las bases del Derecho que sigue rigiendo nuestras vidas, dos mil años después de su formulación. Mientras más estudia uno el Derecho, más extraordinario nos resulta el esfuerzo intelectual que desplegaron los juristas romanos, levantando un edificio jurídico monumental. En este punto, me parece relevante destacar que el Derecho y La Educación, son dos arietes de un mismo esfuerzo, pues así como el primero intenta que la vida de los hombres se desenvuelva en paz y asegurando la justicia, el segundo intenta, como decíamos, que el espíritu y la mente de esos mismos hombres, se eleve de su condición de barbarie que dimana de su naturaleza y herencia biológica. Así como los pedagogos se admiran de los educadores y filósofos griegos, así también los abogados se admiran de los juritas romanos. La genialidad de unos y otros, no se opaca a pesar de los siglos que nos separan.
Grecia aportó la idea acerca de que el hombre, permanentemente, ha de preguntarse por la causa de los fenómenos que presencia y experimenta, así como el paradigma del maestro que debe conducir el despertar intelectual de las generaciones que siguen, y su inextricable vínculo fundamental con sus discípulos. Roma, nos dejó la organización articulada en torno a la escuela, las bibliotecas y los museos, como aquellos espacios propicios en los cuales el conocimiento ha de fructificar y acrecentarse. Pero será en la llamada Edad Media, tan injustamente descrita por muchos historiadores, donde se concluya esta arquitectura cultural, al crearse las universidades. Era insoslayable, así, que el profesor Schröder se detuviera en este momento crucial de la Historia. En medio de enormes dificultades, cuyo origen se remontaba al colapso del Imperio Romano de Occidente, los maestros medievales, no obstante, serán capaces de proponer la instancia que ha de coronar el edificio de la enseñanza: el claustro universitario. Así denominado, porque en no pocas oportunidades, ha de llevar adelante su labor prescindiendo de las contingencias políticas del momento, defendiendo su autonomía del Poder, supuesto imprescindible para que en un ambiente de libertad, prosiga sin cortapisas ni prejuicios la búsqueda del conocimiento. De esta forma, lo esencial de nuestro horizonte cultural, y de los procedimientos que emplearnos para acercamos al conocimiento y profundizarlo, quedó configurado en el Medioevo.
El último de los períodos que estudia el autor, corresponde al denominado “Renacimiento”. Compartimos plenamente las críticas que se formulan a tal expresión, del todo arbitraria, pues supone que se renace después de la supuesta oscuridad que habría caracterizado los siglos precedentes. Nada más alejado de la verdad, sin embargo, como lo han demostrado ilustres historiadores. En efecto, ¿de qué oscuridad nos hablan, cuándo en plena “Edad Media”, se plasma la idea de la Universidad, según expresábamos? Sin perjuicio de ciertos logros artísticos, en verdad el llamado “Renacimiento” no es más que una etapa menor en la Historia del hombre, que goza hasta nuestros días de “buena prensa”, gracias a que contó con hábiles propagandistas.
Hoy, el tema de la Educación está en el centro del debate público en Chile. Nada más oportuno, entonces, que un libro que reflexione en torno a ella. Y que lo haga con una prosa amena pero a la vez erudita. Nos parece que el libro del profesor Schröder rescata ciertas ideas esenciales, cuya preterición voluntaria o inadvertida, puede haber originado, en buena parte, la actual crisis de nuestro sistema escolar. Hoy, presenciarnos un escenario en que salvo honrosas excepciones, egresan de la enseñanza media multitudes ígnaras y ágrafas, que desprecian o sencillamente desconocen aquello que se denomina “Saber Humanista”. Tengo mi propia teoría acerca de esta situación: en Chile, hacia los años sesenta del Siglo pasado, apostamos por un radical cambio en los contenidos que se enseñaban a nuestros niños y jóvenes, descartando la formación humanista y estigmatizada como excesivamente “libresca”, que había caracterizado al sistema, por otra que pusiera el acento en una enseñanza supuestamente más científica y tecnológica, que respondiera de mejor forma a las necesidades del país. Cuarenta años después, el resultado, deplorable, está a la vista: estamos formando “bárbaros ilustrados’, que dominan los rudimentos de algunas disciplinas, pero exhiben enormes falencias culturales, comenzando con el correcto empleo del idioma. En efecto, ¿Quién podría poner en duda que un egresado de un Liceo a fines de los cuarenta o cincuenta, ostentaba un nivel cultural muy superior a los que hoy egresan de nuestros establecimientos de enseñanza media? Hay que reaccionar frente a esta debacle, pues de nada sirve acceder a herramientas como la Internet, si quien las emplea, no ha recibido una formación cultural mínima, que asegure que en el futuro, proseguirá creciendo espiritualmente. Esta preocupación, incluso, tiene alcances políticos, pues ningún sistema democrático puede ser eficiente y sostenerse en el tiempo, si la gran masa de sus ciudadanos, no exhibe un nivel cultural adecuado. De lo contrario, será presa fácil de caudillos demagogos, a quienes el rebaño seguirá cual nuevo flaustista de Hamelin. De ahí que el problema de la Educación, debe ser objeto de una atención prioritaria. En ese afán, un libro como el del profesor Schröder, se agradece. Invitamos pues al lector a leerlo con cuidado, asegurándole que en tal empresa, no saldrá defraudado.
Juan Andrés Orrego Acuña
Abogado – Profesor Universitario