Las palabras son semillas cargadas con el silencio de los mundos. Cuando -ayudado de una cosmovisión propia, talento verbal, cultura, experiencia, imaginación, dominio del artificio- el poeta siembra sus palabras, éstas fertilizan convirtiéndose en arte. Entonces el poema sazona y se hace fruto para disfrute permanente del lector.
Theodoro Elssaca es poeta por la fatalidad del destino, no por la frivolidad del azar. “Antes de ser parido, ya era poesía”, confiesa en Ars Poética; y nosotros, afortunados conocedores de su obra, lo corroboramos.
Sus poemas cumplen las funciones de la gran poesía: expresiva, comunicativa, estética, gnósica o de conocimiento, catártica, didáctica, dignificante de la condición humana.
Poemas plenos de verdad conceptual, de riqueza fonética, de cromática y fotográfica plasticidad visual; cimentados por los cuatro elementos clásicos: aire, fuego, tierra y agua. Celebradores de la vida en la expedición al interior de cada palabra.
Poemas que aparecen y estallan como fuerzas que se manifiestan con sobriedad e intensidad de conciencia crítica (“los cementerios colapsaron, / los hospitales no alcanzan”), telúrica, en connivencia con las fuerzas de La Naturaleza (“el cielo en torbellinos, / la luz quiebra el silencio, / la noche perturba el fuego”), panteísta, humanitaria.
Hermana del turbión y del volcán, del seísmo y del géiser, de la gruta y los astros, la Palabra elssaquiana es un ser vivo que convive con todos los seres de la Creación, ya del reino animal, vegetal o mineral. Energía expansiva que la razón domina.
Voz que es música macerada con el armónico brío vital de las esferas, con el eco profundo de los cráneos, con los fluidos de las vísceras, con el laberinto del pensamiento, con los latigazos del paso del tiempo (“por qué me acerqué tanto / a la fatídica llama del tiempo”), con el resplandor del adiós definitivo: “La noche aletea oscura, / y es la hora de la muerte.”
Belleza abrupta, asombro de la sombra, exacerbada armonía entre evidencia y enigma, equilibrio del ser, enigma de lo real, realidad del enigma.
Es el relámpago la imagen de la idea, el tornado de fuego interno del sentimiento emocionado, el nido de la metáfora, la electricidad y magnetismo de la inspiración.
“De la lucha con los demás hacemos retórica, de la lucha con nosotros mismos hacemos poesía”. Esta aseveración de William Butler Yeats sirve para destacar un importante rasgo en la obra de nuestro poeta: su condición epilírica que armoniza soledad y solidaridad, contemplación y acción.
Escribir es cribar. Estos poemas apartan la ganga del lenguaje coloquial elevado a categoría de lenguaje poético, son pura mena, tuétano nutricio, esencia existencial. En su núcleo se abrazan fondo (meditativo, rotundo, grave, intenso) y forma (clara, directa, aforística, de una difícil sencillez extrema), aire y respiración, origen y destino, rebelión y revelación, confesión contra la adversa realidad, transparente misterio.
Theodoro Elssaca rescata el tópico clásico del homo viator, siempre en camino más allá y, a la vez, más adentro: “Hemos caminado millones de granos de arena”. Impecable definidor y descriptor que, magistralmente, pone límites al mundo de las cosas y a las cosas del mundo haciendo de cada texto una fundación, una temporización sensorial del espacio vivido como confín abierto.
Travesía del Relámpago presenta en España una muestra muy representativa del autor de Aprender a morir: selección expurgada con riguroso criterio de calidad en libros ya publicados y ampliada con cerca de cuarenta poemas inéditos hasta hoy.
Elssaca, además, ha creado siete nuevos Caligramas, que enriquecen esta edición de Vitruvio.
Estamos ante una de las voces poéticas vivas hispanoamericanas más densas y relevantes de entresiglos XX-XXI.
Pasen y lean honda, lenta, repetidamente esta poesía auténtica, original, ejemplar, inefable y útil. Para sobrevivir en este mundo. |