El viernes 14 de diciembre de 2012, se realizó en la Casa Museo La Chascona, Providencia, el lanzamiento para Chile del libro De Moctezuma a Los Andes. Antología de cuentos. Chile en México / México en Chile. Esta ceremonia fue organizada por La Fundación Pablo Neruda y la Agrupación Cultural Puerta Abierta Chile-México. La presentación estuvo a cargo de los escritores Manuel Jofré, Theodoro Elssaca y Miguel de Loyola, en ella también participaron algunos de los otros escritores chilenos que aparecen en esta antología. La recopilación y selección de las obras publicadas estuvo a cargo de la Mtra. Reyna Hernández Haro de México y el Doctor en Literatura Manuel Jofré de Chile.
Los escritores Pauline Le Roy, Theodoro Elssaca, Miguel de Loyola y Manuel Jofré durante el lanzamiento.
Invitados siguiendo atentamente las ponencias de los escritores.
Portada de la Antología.
Entregamos a continuación el Índice y el Prólogo de esta trascendente antología
De Moctezuma a Los Andes.
Antología de Cuentos. Chile en México/México en Chile es una publicación originada por la Corporación Cultural “Puerta Abierta” Chile-México, con el entusiasmo de fortalecer las relaciones artísticas de ambos países.
Índice
Palabras preliminares por Manuel Jofré
Isabella por Sheyla Prevé
Y entonces ¿Quién crestas era Murieta? por Ariel Dorfman
Temuco por Marco Aurelio Larios
La revancha por Reinaldo Edmundo Marchant
Vivir en cada rosa por Clara del Carmen Guillén
Presencia por Rosa Emilia del Pilar Alcayaga Toro
El rey por Hugo Suárez Domínguez
29 tablas y una fuga por Amanda Espejo
La ventana, el marco por Ylia Kazama
Cuídate del paraíso, muchacha por Luis Alberto Tamayo
Los pacos por Socorro Carranco
Tarda la ilusión en primavera por Walter Garib
Hoy es martes en Santiago por Hernán León Velasco
Cuando México canta por Eledín Parraguez
Cuatro encuentros por Roberto López Moreno
En la barra del Savoy por Diego Muñoz Valenzuela
Hoy tembló en Santiago por Luis Fernando Escalona
Tijuana por Marco Aurelio Rodríguez
Inundado de colores por Elizabeth Vivero
Nos vemos en México por Miguel de Loyola
Lo prometido es deuda, una vez más por Mario Nandayapa
Templo Mayor por Theodoro Elssaca
Palabras preliminares
Por Manuel Jofré
Esta publicación es producto de un grupo de artistas mexicanos y chilenos que se atreven a abordar, a partir de su experiencia, la imagen del país del otro. Es un ejemplo de panamericanismo, tan decaído en estos días. Los artistas de una ciudad suelen no entenderse entre sí pero los chilenos encontramos mecanismo de comunicación, como una página web, como teleconferencias, como el correo electrónico. También tuvimos la suerte de conocernos, por un momento, entre algunos de los dos grupos.
El cuento, me decía Antonio Skármeta, ese sí que no lo publica nadie. Aquí tenemos cuentos. Narraciones o relatos en los que cambian escenas, suceden conflictos, conversan los personajes, es lo que aquí se presenta. La imaginación del otro latinoamericano juega una poderosa fuerza.
Por sobre las fronteras (esa zona de estudios de punta) este libro nace de una colaboración de naciones hermanas por aquello que nos parece muy valioso en la vida humana, la literatura. Pero de toda la literatura, que es un dominio vasto y desconocido, el cuento es tomado aquí tanto como un elemento conocedor de realidad como un dispositivo para modelar un mundo.
Narrar es transgredir el universo prescriptivo, analítico, enumerativo. Es la historia contada en la intimidad de la relación de un autor y un lector, ambos latinoamericanos. Este libro habla pues de la unidad por sobre la fragmentación, a la que hemos sido sometidos. Latinoamericanos juntos todos, seríamos más poderosos.
Vivimos la era de lo impredecible. Ninguna palabra es certera. La duda metódica lo invade todo. Vivimos el tiempo del conflicto de discursos, y nosotros aportamos una gota oceánica al Pacífico que nos baña.
Los antologados son mexicanos y chilenos, del norte y del sur, de Centro- y Sur América. Países en subcontinentes y hemisferios distintos. De dimensiones totalmente diferentes, pero con historias parecidas.
Hacer converger dos narrativas diferentes en un solo volumen unitario es algo difícil pero la voz múltiple de dos docenas de colaboradores evidencia un ánimo internacionalista que debería servir de base para una profundización de la experiencia de intercambio cultural.
Los cuentos testimonian que en Latinoamérica pasan cosas que no son meros eventos sino fenómenos que afectan a las personas. En cada relato hay un consenso imaginativo que habla de la reflexión sobre lo mexicano, o lo chileno, y sus imágenes. La diversidad dice buena relación con el cultivo del cuento como discursividad multifuncional y deja el armado de la figura globalizante al lector.
Este es un proyecto de interacción orientado hacia el futuro, me refiero, a la publicación de este libro. Pero tiene una historia de personas que pensaron sobre las relaciones entre Chile y México hace más de un año y cómo había que incentivarlas. Hubo alguien que trajo esta idea desde México, hubo alguien que replicó desde Guadalajara, hubo alguien que respondiera desde Chiapas. Hubo otros que colaboraron en Chile.
Interacción, integración, proyectos comunes, publicaciones digitales y en papel, como libro, en fin, comunicación, afinamiento recíproco de convergencias y contacto constante fueron las fórmulas de diálogo inter creadores de dos naciones. Con ello nacía un proyecto creativo que dirá lo suyo en ambos países. Una sociedad no desconoce lo que hacen sus artistas e intelectuales les plantean y para eso va este libro.
Un aire dramático cruza las narraciones, espacio de lo intergenérico, de lo intercultural, de lo internacional. Cada cuento no tiene un solo mensaje sino que se desata en significaciones múltiples, para cada lector, quien puede comparar su idea de ese país con la que se le presenta. Y un cuento releído nunca dice lo mismo, la segunda vez que se lo lee.
El entrecruce o trenzamiento de los cuentos habla de un adn latinoamericano ascendente y en movimiento, que habita el entusiasmo de personas –mexicanas y chilenas- que no se conocen entre sí. Al pasar de un relato al otro, el lector, mexicano o chileno, percibe cómo los otros los ven.
Hay de todo en los relatos: águilas y serpientes, huemules y cóndores, palomas y halcones, iguanas y picorocos . La full gama. El lector decidirá quién es quién. O usará otro método de lectura (cada cual tiene el suyo aunque no lo sepa).
En la presente edición, tratamos de preservar la libertad creadora del escritor. Sin embargo, sabemos que damos una imagen parcial e inacabada de la narración breve en ambos países. Aún así, no fue fácil el proceso de selección. Pero todos colaboraron, en un proyecto mancomunado que trataba de hacer un sentido de la palabra cuentística en ambas naciones.
Guadalajara será un punto de encuentro. Un nuevo abrazo intercontinental entre dos pueblos tan próximos y tan distintos a la vez. Este libro es una prueba de buena vecindad que de parte de los chilenos decimos, que nos gusta su revolución mexicana y que nos hicimos amigos por Neruda, por el golpe del 73 y la diáspora.
Realismo, experimentalismo, expresionismo, vanguardismo, encontramos casi en todos los cuentos, pero también visiones interculturales, conflictos sociales o dramas personales. El gran friso de escenas provenientes de los cuentos es como las ramas del techo de una ruca en Arauco o como las piedras insertas en el pegamento o argamasa uno de los templos de Tlatelolco.
Cóndor y serpiente, este libro es un emblema de la creación sin fronteras y un proyecto literario que también nace propiciado por las comunicaciones vía e mail. Libro digital que se arma en un diseño mayor y se completa con la información sobre los autores.
Sílice y greda, selva y bosque, pueblos interconectados desde hace cientos de años. Una transgresión editorial es la que permite que se publique este libro de dos cabezas, como la gran serpiente bicefálica que es Coatlicué.
Manuel Jofré, Ph. D.
Profesor Titular de la Universidad de Chile
Director de la Fundación Pablo Neruda
Director Fundación IberoAmericana.
Entregamos a continuación uno de los cuentos incluidos en esta antología
y cuya autora es chilena.
De espaldas sobre la cama, María Luisa empezó una vez más la cuenta de las tablas de techo, mientras un cuerpo torpe y pesado trataba de ubicarse entre sus piernas.
“Una, dos, tres, cuatro…” Generalmente los primeros empellones del hombre coincidían con las primeras cuatro tablas, justo donde un nudo de la madera semejaba un ojo curioso que atisbaba todo a su alrededor. Un ojo. ¿La estaría viendo desde algún lado Leticia en ese momento? El recuerdo de la niña le hizo perder la dureza de sentimientos que le exigía el momento, pero se repuso rápidamente mientras la torpeza de aquél cuerpo, exacerbada por el alcohol no conseguía hacerle mella. Tan sólo un sobajeo inmundo que trataba y trataba de penetrarla, de quebrarla allí, justo en medio de su intimidad.
“Seis, siete, ocho, nueve…” A casi un tercio de la anchura del cuarto necesitaba concentrarse más pues le había pasado que, antes de llegar a percibir el rostro de la niña, ella solía oír el murmullo de su voz. “¿Qué haces madre? ¿Por qué lo haces?... No es necesario mamacita…Yo estoy bien. Ya nada me duele, mírame, estoy sanita, como antes. Sólo que te extraño tanto…” María Luisa apretó los dientes con fuerza e imprimió un cierto movimiento a sus caderas para excitar más aún al hombre que bufaba de calentura y cansancio.
“Trece, catorce, dieciséis…” ¿Cuántas veces había contado y recontado aquellas tablas viejas, mudas testigo de su sacrificio? Varias, sin duda. Desde que llegó a Tapachula hacía poco más de tres meses – repitiendo en penas la huella de su hija- no había tardado más de una semana en emplearse en casa de Pascual A., conocidísimo potentado de la región, ligado a las mafias de trata de blancas y drogas. “El patrón”, como era llamado por la gente cercana a sus dominios, era un hombre demasiado rico, libidinoso al máximo, que esgrimía su poder sin remordimientos a la hora de saciar sus apetitos. Precisamente ese rasgo fue el que le permitió a ella acceder sin trabas al puesto de cocinera que necesitaban en la casa. Sus bien formados treinta y siete años junto a un rostro bello y tímido no pasaron inadvertidos para el patrón. Eso, unido a su talento para la cocina - fomentado desde niña por su madre y abuela – la colocaron en cuestión de días en un puesto llamativo, amén de necesario, dentro de la planta de empleados.
“Dieciocho, diecinueve…” justo al centro de la decimonovena tabla colgaba una pantalla de colores en tres gamas de azules. A María Luisa le gustaba ese color…le hacía pensar en cosas bellas y en la libertad que la aguardaba allá, en los límites de Cuauhtémoc.
“Todo un remanso”, pensó ella dos segundos antes de sobresaltarse al no poder evitar mirar el cable eléctrico del que pendía la bujía y las telas de tonos azules. El frágil cuello quebrado de Leticia, surcado de grietas moradas y rojizas se le vino a la mente como un golpe imposible de eludir.
“Veinte, veintiuno, veintidós…” Ánimo, será por poco, había pensado ella la primera vez que el patrón tocó a su puerta. Las noches de verano en Tapachula son calientes y húmedas a la vez y es posible que una lluvia veleidosa haga su aparición fugaz para desaparecer luego de la sorpresa como si nada. Esa misma humedad le había servido a María Luisa para disimular las lágrimas del primer atropello consentido; falta que por lo demás, era mínima considerando que el hombre gustaba de desaparecer a jovencitas sólo por placer. Esta mujer era distinta: cocinaba como los dioses y si además de ello poseía ese cuerpazo, él estaba allí para gozar de todo lo que pudiese encontrar. “Tus pechos saben a especias”, le había dicho el puerco, tal vez a causa de la cena degustada: unas sabrosas enchiladas a la chiapaneca que ella había preparado con una dedicación fuera de lo común. Como si fuera un ritual deshebró la carne de pollo para mezclar con la papa cocida. Un mole de primera bañó la preparación de las finas tortillas, todo esto aliñado con queso seco y rallado junto a especias de su propia elección. Ella no había respondido nada, y con los ojos bajos – gesto que sabía a él le enardecía - se dejó hacer, mientras en su mente rememoraba su casita, allá cerquita de los manglares, su pequeño y bien surtido huerto que solía mantener siembre reverdecido y la dulce voz de Leticia mientras recolectaba las hierbas medicinales y aromáticas que eran usadas desde siempre por su gente. Leticia y Francisco. Esos eran los nombres de sus hijos, sin apellidos limitantes: nada más que dos regalos de la vida que la habían hecho sentir con creces una mujer bendecida. Hacía sólo seis meses antes Leticia acababa de cumplir sus quince años. Hacía seis meses atrás María Luisa aún no tenía esa estaca clavada en su corazón.
“Veintitrés, veinticuatro, veinticinco…” El ritmo del hombre había menguado, no así los recuerdos de la mujer. ¿Cuántas fueron en total? Las autoridades no pudieron asegurarlo. Se calculaba que los cuerpos encontrados pertenecían por lo menos a una veintena de niñas. Identificadas fueron catorce, pero el resto estaba tan desmembrado después de la tortura y quema en el intento de desaparecerlas, que no se sabía con exactitud. El lugar del hallazgo era de difícil acceso, ya que se especulaba, habrían querido tirar los cuerpos en terreno pantanoso para su ocultamiento, pero fortuitamente y para el bien de muchos de los familiares, los tipos se habían conformado con dejarlas a mitad de camino, cabriados tal vez del mucho trabajo que ello implicaba y seguros de que el valor de esas vidas no importaba más que el de unas simples perras.
“Veintiséis, veintisiete, veintiocho, veintinueve…” Un grito extraño brotó de la garganta del hombre alertando a María Luisa del desenlace. Esta vez creyó escuchar la voz de Leticia muy cerquita suyo y hasta visualizó (o imaginó) los ojitos asombrados de su hija mirando la escena. “¿Cómo…cómo pudiste madre?”… La clara luz color miel que irradiaban las pupilas de la niña le pareció a ella el mejor de los augurios. Hizo un último meneo de caderas por si caso…pero nada, el hombre estaba inmóvil y de su boca no salía ni un ronquido. Sólo una estela de babas verdosa que caía sobre el pecho de María Luisa escurriendo hasta su axila. Las sabrosas enchiladas con su toque maestro habían surtido efecto.
No quiso incorporarse de inmediato. Relajada, buscó alguna señal de Leticia a su lado pero no lograba verla. Entonces la llamó, suavecito: “Hija, hijita…ya está hecho, cariño. Mira…este puerco no se mueve más. Leticia, cariño, ahora puedes volver a casa a cuidar a tu hermano y rezar con él la plegaria de la noche”. Esas y muchas otras cosas le musitó quedamente a su hija antes de agarrar el pelo del hombre y voltearlo de un tirón. Luego humedeció un trapo para limpiar su cuerpo profanado y sin perder un segundo sacó de bajo la cama su maleta hecha. Eran exactamente las dos y un cuarto de la madrugada. Nadie la vería salir y el boleto necesario para su regreso estaba en su monedero. Por lo demás, no encontrarían huella extraña en el cadáver. Nada que indicara algo distinto a muerte por infarto, algo de esperar ciertamente, debido al peso y costumbres licenciosas del ya fallecido.
Antes de cerrar la puerta María Luisa recorrió por última vez el techo de la habitación como para cerciorarse de algo…quizás corroborar la cuenta de tablas tantas veces hecha, o tal vez, buscaba saber por cuál de las caprichosas hendiduras se había escapado Leticia. Era difícil saberlo y la duda la mantuvo en suspenso por algunos segundos, pero luego volteó definitivamente, segura en su interior, de que la niña la estaría esperando allá, en casa, con el ruedo de su falda lleno de aromáticas hierbas para sazonar el guiso.
Amanda Espejo - Quilicura / Octubre-2011
Entregamos a continuación otro de los cuentos de esta antología
y cuyo autor es mexicano.
Si pudiera alcanzar el tobillo de Lucía, besarlo. Quién aflojaría las bombillas de la casa. Me hundo primero en su mirada. Luego en nuestra soledad. Una vez más se han confundido lenguas. Te amo. Existe un silencio sereno que invita a morir. Lucía, ¿Estás dormida? Duerme. Me fascina el negro en la ropa, pero en esta ocasión no es por gusto. Tendrá lo que he propuesto. Salgo sin rozar nada del apartamento azul ubicado en Providencia, ni el mínimo ruido, y no es por costumbre que camine con soltura en la oscuridad, sino por la ausencia de muebles inútiles. Ni un remordimiento. Que piense lo que quiera. Claro, que me fui de borracho. Es tan benigna la luna en cuarto menguante que cubre la ciudad de Santiago, con su claridad apenas dicha. Es algo más de la una de la mañana. Sí, nuestra vida va a cambiar. Ahora la calle es amplia. El ruido de mi auto rompe la extensión, cómo tiembla, este Fiat debería cambiarlo, nunca está ajustado a tiempo, nada puedo exigir siendo un modelo 73. La clave es tratarlo con cariño de eso no se salva ni una puta. En menos de una hora llegaré. Claro, si a esta velocidad la ciudad me parece Viña del Mar. La suerte está conmigo, nueve luces verdes y tres rojas, vamos bien. ¡Está en siga, mono culiao! Voy a pasar al tiro para divisar el panorama. Perfecto. Es estupendo que los encopetados tengan todo previsto, nada de cambios. Concha su madre, cómo la amo. Desde que descendí de carro, no recuerdo nada, únicamente un intenso vacío en el estómago y el crujir de mis huesos en esa cámara de silencio, biblioteca decorada en caoba, donde guardan más que libros. iAh! sí, recuerdo saltando la barda al salir de la residencia. Después fue un vagar sin tiempo viendo los putos por las calles, de regreso a casa. Lo logré. Gracias a ella siempre salgo con cierto decoro, incluso cuando hago el amor. Lucía, levántate, sé que estás despierta. Mira, traje lo que siempre te prometí. El sol de la mañana ilumina hasta la mitad la mesa donde se encuentra un óleo original de Claudio Bravo, extendido como una piel.
Mario Nandayapa (Chiapa de Corzo, Chiapas, México) Escritor y académico. Doctor en Literatura por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Chile. Actualmente es investigador de la Universidad Autónoma de Chiapas y Miembro del Sistema Nacional de Investigadores del Consejo Nacional para la Ciencia y la Tecnología. Su obra es integrada en múltiples antología y memorias, autor de varios libros de poesía y ensayo. Obtuvo el Premio Regional de Poesía “Rodolfo Figueroa” 2000, Premio Nacional de Poesía “José Gorostiza” 2001 y la Medalla de Honor “Ángel Albino Corzo” 2011 (Gobierno del Estado de Chiapas), entre otras menciones.