Chile saluda a México

FIL Guadalajara 2012


GABRIELA MISTRAL


Palma Guillén de Nicolau, amiga y secretaria de Gabriela Mistral escribió sobre la llegaba de nuestra Premio Nobel a México en 1922 y sobre su obra durante el período en que participó en la reforma educacional de ese país cuando fue invitada por el Ministro de Instrucción Pública, José Vasconcelos. Reproducimos aquí este escrito que fue fechado en Milán, el lº de julio de 1966.

Gabriela Mistral en México, 1922.

Cuando Gabriela Mistral llegó a México en 1922, José Vasconcelos había echado a andar la gran máquina de la Secretaría de Educación -poca herramienta, en aquellos años, y mucho espíritu- y todos los jóvenes de entonces íbamos con él llenos de entusiasmo. Eramos su equipo de trabajo, las manos con las que él abría, alegremente, sendas nuevas en el ambiente de México.

El José Vasconcelos de aquel tiempo era un hombre no sé si muy joven, tal vez no tanto -debería andar por los 40-, pero tenía una alma más joven, más fuerte, más alegre y optimista que la de los muchachos de veinte años que, en aquel tiempo, lloraban en su poesía penas y melancolías literarias. El los dejaba llorar. Todo le parecía bien: el canto épico y el soneto sollozante. Lo estoy viendo reír, sentado delante de su escritorio en el despacho del segundo piso de la Secretaría de Educación, con aquella risa joven y dichosa que le ensanchaba la cara y que a todos nos hacía entrar en un clima de confianza y de alegría. Diego estaba, en esos momentos, pintando los admirables frescos del primer patio de la Secretaría. Que se pintara, que se hiciera poesía, que se hiciera música, que se hiciera teatro, que se leyera, que se bailara, que se hiciera todo lo que no se había hecho: todo se podía hacer ahora que había un gobierno revolucionario, que se había triunfado de la dictadura porfirista y del ejército sojuzgador y que Obregón era Presidente. Vasconcelos quería ver vivir a la gente en libertad y que los jóvenes, todos los jóvenes, dieran su fruto. Todo era necesario para el país después de 12 años de guerra. (La guerra no había acabado todavía: pero ya no era la guerra civil, era la última lucha, el rebote, la resaca de la Revolución que algunas facciones armadas hacían aún oír allá, en el Norte.) En la Capital, la Secretaría de Educación editaba los clásicos griegos, Plotino, los Evangelios y la Divina Comedia y en el Anfiteatro de la Preparatoria, decorado por Diego Rivera, y lleno de bote en bote, oíamos las Sinfonías de Beethoven. Ahora había que rehacer, que sembrar, que instaurar el orden de la justicia y de la cultura y, como los campesinos van al campo con sus sacos de semillas, así nos enviaba Vasconcelos a todas partes -a cada quien a hacer lo que sabía, o a ensayarse en lo que soñaba, o a aprender, que, al cabo, todo era necesario para el pueblo hambriento de pan y de cultura.

Gabriela Mistral llegó en un barco que la trajo de su lejana tierra. Fuimos a recibirla al puerto, en nombre de la Secretaría, Jaime Torres Bodet y yo. No sé la impresión que Gabriela hizo a Jaime Torres Bodet. A mí, que era una muchacha presumida, me pareció mal vestida, mal fajada, con sus faldas demasiado largas, sus zapatos bajos y sus cabellos recogidos en un nudo bajo. Veo los ojos temerosos de Gabriela. Aquellos ojos, casi siempre cubiertos por los párpados caídos, tenían dos modos de mirada: una mirada rápida y relampagueante en la que podía estar el encantamiento, la sorpresa, la cólera o el temor -muy frecuentemente el temor- y una mirada serena, sostenida, que era como un agua encantada, como una agua verde con mucha luz adentro: la mirada de la confianza, de la comprensión, del reposo; pero, la mayor parte del tiempo, sus ojos eran como pájaros asustados.

Yo no conocí, en aquellos casi dos años que estuve cerca de. ella, a la Gabriela alegre: -su manera campesina de reír, su delicioso don para hacer chistes, gracejadas, imitaciones y caricaturas- ni su gracia, un poco burda que, más tarde, me haría reír tanto. La Gabriela que llegó a México en 1922 era la que escribió en Punta Arenas, en una noche de viento desatado, "El Poema del Hijo".

Cuando llegó aquí había recorrido de Norte a Sur su tierra chilena, había vivido en las faldas del Aconcagua y en el archipiélago antártico; era como la montaña escarpada, como la vertiente llena de sorpresas y misterios; había visto "la mortaja de la niebla aferrada, a los archipiélagos del lobo y de la nutria" y traía en los ojos el verde de sus mares embravecidos y en el andar y en el habla el alma de su provincia.

Había bebido el espíritu dc la raza nuestra en los grandes escritores de América -en Bolívar, en Sarmiento, en Rodó, en Martí- y era una hispanoamericana (ella que venía de la tierra que hizo suyo al venezolano Bello) al mismo tiempo que una chilena cabal, es decir, que creía en la unidad esencial de la América Latina y la sentía no sólo en la Historia y en la lengua, sino también en la sangre y en la tierra que nos liga y nos identifica.

Sin embargo, al llegar a México, se sintió en seguida como atemorizada. El ambiente -el ambiente de la capital- la condicionó en seguida como una agua o, mejor, como una masa dentro de, la cual, al principio, medio ciega, se movió difícilmente. Sólo estaba a gusto y sólo era ella misma cuando iba al campo o a las pequeñas ciudades o cuando conversaba con Vasconcelos, con quien se entendía plenamente.

Si la hubieran ido a recibir Carlos Pellicer -pongo por caso- y Concha Michel o Elena Torres, se habría sentido menos atemorizada. Pero fuimos Jaime Torres Bodet y yo los que la recibimos -dos personas, dos tipos humanos (lo digo cuando menos por mí)- que representaban lo más lejano y lo más ajeno a su naturaleza. Ni metáforas y ditirambos ni familiaridad provinciana. ¡Qué feliz hubiera sido ella si hubiera visto, al bajar, una hilera de mitos mexicanos en el muelle! Pero en aquel tiempo no se usaban aún las recepciones en masa con .banderitas tricolores. Aquellas dos personas vigilantes y finas que, por cortesía, no se imponían ni se entregaban para dejarla libre, en verdad, la dejaban sola.

Sin embargo, yo creo que Vasconcelos supo muy bien lo que hacía cuando nos escogió a Torres Bodet y a mí para aquel contacto primero con Gabriela.*

Por lo que toca a mí, cuando Vasconcelos supo que Gabriela había aceptado la invitación que nuestro Gobierno le hizo a través de nuestra Legación en Chile, me llamó y me dijo: -"Palmita, va a llegar Gabriela Mistral. Viene a trabajar con nosotros. Yo quiero que conozca bien a México. Quiero que vea lo bueno y lo malo que tenemos aquí, lo que estamos haciendo y lo que nos falta... ¿Usted sabe quién es Gabriela Mistral?" (Yo sabía muy poco -puedo decir honradamente que no sabía nada de Gabriela Mistral ... Había leído en alguna revista los Sonetos de la Muerte; pero no estaba enterada de las ideas pedagógicas, sociales y otras de Gabriela, ni sabía lo que ella significaba, ya desde entonces, en el Continente... ) -"Ella tiene muy buenas ideas sobre la educación. Es una mujer de la provincia, casi del campo, y sabe lo que necesita la gente del campo. Es una gran maestra y una gran poetisa. He pensado mucho a quién puedo confiársela aquí para que la acompañe y la guíe. No quiero que tenga una visión equivocada o parcial de México. No quiero que la hagan ver sólo lo bueno o sólo lo que le interese a la persona que la guíe. Yo quiero que Gabriela lo vea todo, que nos dé su opinión acerca de todo lo que estamos haciendo y que nos ayude con su experiencia y con su intuición. Es una mujer genial, admirable. Pienso que Ud., que es menos doctrinaria que Fulana y menos especializada que Zutana, podría ser más útil para esta misión. Ud. viajará con ella, le hará conocer el país: lo bello y lo feo, lo bueno y lo malo, la capital y la provincia -el campo sobre, todo-, la Universidad y la escuela rural, etc. ... "

Yo era entonces profesora en la Normal y en la Preparatoria y trabajaba, además, con Vasconcelos, en la organización de las bibliotecas populares que debían completar, en la capital, las escuelas primarias y los centros de alfabetización, y en las que debían viajar, con las Misiones rurales, al campo.

Confieso que la misión no fue muy fácil. Gabriela era una persona de formación muy diversa de la mía. Sabía mucho y de muchas cosas y todo lo había aprendido por sí misma, sin escuela ni maestros; era profesora como yo, ella de Lengua Castellana y de Geografía, yo, de Literatura, de Psicología y de Lógica. Pero ¡qué diverso "clima" era el nuestro! Ella estaba centrada en la América y aunque se hubiera leído, traducidos al español, a muchos escritores clásicos y modernos, era la América, la América Latina, la que le importaba. Yo estaba más cerca de Europa y, sobre todo de Francia, que, de Colombia o la Argentina y sabía más de Homero, de Lucrecio, de Schopenhauer o de Bergson que de Miranda, Sarmiento o Rodó, aunque hubiera hecho mis cursos de literatura hispanoamericana con el gran maestro Pedro Henríquez Ureña y aunque me supiera de memoria muchos versos de Darío y de José Asunción Silva. Además, ella era un gran poeta y los grandes poetas se mueven en una atmósfera que a veces ahoga a los simples mortales. De carácter,sobre todo, éramos muy diversas: ella, mujer de la montaña, yo, mujer del altiplano. En Gabriela había muchas zonas oscuras, honduras y misterios -aquello que sabía de "ceniza y firmamento",**

"...mi flanco lleno de hablas
y mi flanco de silencio,
......................
y lo que supe, temblando,
de manantiales secretos...",

oscuras cosas que yo no comprendí al principio o que no comprendí nunca; pero que supe respetar siempre. La cortesía que, dígase lo que se diga, es una virtud, puesto que consiste en darse cuenta de que los demás existen y en respetarlos, me sirvió grandemente en el primer tiempo. Poco a poco, fui comprendiendo y admirando a Gabriela, de la que aprendí muchas cosas, y mi respeto se volvió pronto afecto y piedad -porque Gabriela era un ser muy solo y muy desamparado- y amistad profunda y verdadera más tarde. Llegué a ser para. ella, hasta el fin de su vida, un poco su familia, la persona a la que se acude con confianza en las dificultades y en las penas. ¡Qué alegría y qué consuelo me dio y me sigue dando el hecho de haberme sentido, en muchas ocasiones, su descanso!

Pienso en aquel tiempo. Más de 40 años han pasado. Ella está muerta ... Me veo en el tren, con ella, de un lado para otro: Pachuca, El Chico, Cuautla, Cuernavaca, Puebla, Zacapoaxtla, Atlixco, Taxco, Pátzcuaro, Zamora, el Cañón de Tomellín, Oaxaca, Acapulco, Guadalajara, Querétaro, Veracruz. . . Sol, polvo, calor. Escuelas instaladas en viejos curatos, en patios, en solares, en casas particulares, casi sin muebles. Llegábamos en tren o en los camiones de la Secretaría -a veces dormíamos en ellos ... En donde había hoteles o casas, de asistencia, nos alojamos en ellos, en donde nos los había, el jefe de zona, o el inspector escolar o el maestro rural o el profesor del Instituto, nos buscaba alojamiento y éramos recibidas en la mejor casa de la ciudad o del pueblo. Así estuvimos, en Pachuca, en la casa de la señora Bustamante y de sus hijas Anita y Dora -amigas de Gabriela hasta su muerte- y así conoció Gabriela a Lolita Arriaga, la maestra rural de Zacapoaxtla, de su famoso "Recado". Ibamos con Gabriela, a veces, su secretaria y yo, a veces, solo yo. Mucha gente dice que yo fui secretaria de Gabriela. No, su secretaria fue Eloísa Jaso, que aún vive, la hermana de la gran maestra Carlota Jaso.

Muchos creen y dicen que Gabriela ganó en México mucho dinero; algunos piensan que vino a pasearse y que recibió su sueldo, sin hacer nada, "para que escribiera" y hasta hay quien ha hablado, de sueldo exorbitante. Nada de esto es verdad. Gabriela era, en su país, directora de un Liceo, es decir, de una Escuela Preparatoria. Aquí tuvo un nombramiento de Inspectora que, como sueldo, era apenas equivalente, y, como categoría, inferior al que tenía en su país. Le dieron, naturalmente, puesto que venía invitada, pasajes y gastos de instalación y tenía pagados gastos de traslado cuando iba a alguna parte, pero nada más. La Secretaría dio trabajo a las dos personas que vinieron con ella -dos maestras de su Liceo- a una como maestra y a la otra como profesora de dibujo. Vivió aquí en una casita que alquiló en Mixcoac y que amuebló modestamente ella misma con su sueldo. A veces, en la ciudad, se le hacía tarde porque era una conversadora inacabable, y entonces dormía en mi casa (mi madre la quiso mucho), o en la casa de la señora Jaso.

Iba a los pueblos. Adoraba a la gente del campo y en seguida se entendía con ella. Hablaba con los maestros, los veía trabajar; hacía para ellos pláticas y conferencias sobre el sentido de la enseñanza, sobre los fines que se perseguían en las nuevas escuelas, sobre el material escolar, sobre la enseñanza de la Geografía y de la Historia, sobre los libros auxiliares, sobre los libros para los niños y para los jóvenes, sobre el uso de las bibliotecas, sobre la cultura necesaria al maestro y a la mujer, sobre su país tan lejano, y, sin embargo, tan semejante al nuestro. Amó a México, con un amor hecho de conocimiento y de esperanza: mejor propagandista y mejor defensor no ha tenido México ni de dentro ni de fuera. El nombre de México, más tarde, estaba siempre en sus labios. El recuerdo de México, después de su paso por nuestra tierra, va y viene constantemente en sus poesías. Supo de nuestro país tanto como nosotros mismos y, acaso, más que muchos. La gente en los pueblos o en las ciudades acudía a. oírla y la oía con verdadera religiosidad. Ella era muy intuitiva y se daba cuenta inmediatamente de su auditorio, así es que sabía encontrar siempre el tono justo para que cualquier tema se volviera interesante y asequible. Visitaba mercados y talleres; hablaba con los maestros, con los obreros y sobre todo con las mujeres. Todo el mundo la quería. Cuando murió, de muchos de esos pueblos recibí yo cartas de pésame de personas que, 35 años antes, la habían conocido y que me escribieron a mí porque no sabían si ella tenía aún familia.

Pero a pesar de que Gabriela trabajó mucho en México y de que hizo todo lo posible por identificarse con nosotros y por sernos útil, algunos maestros -más bien algunas maestras- y también algunos escritores de la Capital (no hay que olvidar que nosotros somos muy nacionalistas) se sintieron disgustados, disminuidos y hasta ofendidos por el hecho de que una "extranjera" hubiera sido llamada a trabajar a México. Hubo, personas que empezaron a hacer críticas y comentarios malévolos. -"...¿Qué venía a enseñar, que no supiéramos ya, esa 'extranjera'? ¿Qué novedades había traído? Aquí había muchos buenos maestros y cualquiera de ellos podría hacer en la provincia lo que hacía Gabriela..." Luego, Vasconcelos decidió ponerle el nombre de Gabriela a una escuela nueva que iba a abrirse, a una Escuela Hogar, puesto que la educación de la mujer y de la madre le importaban tanto a la educadora chilena "... ¿El nombre de una 'extranjera' y de una persona aun en vida, a una escuela de México?" La ola se fue envenenando y se volvió negrura y fetidez cuando se supo que Ignacio Asúnsolo estaba haciendo su estatua para ponerla en el patio de la escuela - ... "¿Estatua a una persona en vida? ¿Qué se glorificaba en ella? ¿Qué había hecho de tan extraordinario aquella mujer?

Yo hice lo que pude porque Gabriela no se enterara de esas miserias. La sabía unida espiritualmente a México, sabía cómo quería ella a nuestro país, con qué admiración y con qué entusiasmo vivía entre nosotros y la alegría que tenía cada mañana al ver el cielo de México. Pero, naturalmente, se enteró y, llena de dolor, decidió irse en el acto. La invitación que tenía para trabajar en México terminaba en noviembre de 1924 con el período de Obregón; pero ella no quiso esperar el fin del año.

Estaba trabajando desde hacía más de un año en la selección de estas "Lecturas para Mujeres" -que hoy reeditan los Porrúa, amigos de Vasconcelos y de Gabriela y de todos nosotros desde aquellos tiempos- y que ella quería que fuera un libro complementario para las alumnas de su escuela.

Terminó rápidamente la selección y escribió la Introducción -esta Introducción en la que se siente su herida-, encabezándola con el subtítulo Palabras de la extranjera.

Yo sé bien lo que le dolió sentirse "la extranjeras", llamarse a sí misma "la extranjera" en este país que amó tanto como al suyo y del que quería ante todo ser amada.

La Introducción escrita por ella es una admirable presentación y exposición del libro en la que Gabriela desarrolla, sus ideas acerca de la educación en general y acerca de la educación de la mujer en particular; pero es también una respuesta llena de dignidad, a las críticas y a las ofensas que le hicieron, En ella casi se excusa de haber venido a trabajar entre nosotros y para nosotros -ella que, dentro de su hispanoamericanismo verdadero y total, soñó siempre con una América Latina sin fronteras en la que el pensamiento y el trabajo pudieran circular libremente para bien y alegría de todos.

Firma con las palabras La Recopiladora, sin poner su nombre, para disminuirse como la disminuían y para quitarle importancia a la obra en la que la décima parte, cuando menos, del material tan novedoso como bien escogido está formado por textos suyos, escritos muchos especialmente para este libro. ¡Pobre Gabriela, tan maltratada, tan injustamente atacada y tan sola siempre!

Palma Guillén de Nicolau.
Milán, lº de julio de 1966.

Fuente ortiginal : Universidad de Chile, Gabriela Mistral


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